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A. CAi\1PIÓN 187 - Palabra más, palabra menos, lo que he conta– do á ustedes-, dijo Lui sito- con$tituir:í el pr imer artículo de fonclo del Gau-Chori próximo. Se levantó de la silla y comenzó á despedirse finamente. füirk::iizt egi, con pésima intención, pero con el tono más amable del mundo, le dijo: - No se olvid e usted de consignar que á la reu– nión asistía D. Víctor Alzaga. El muclrncho se ruborizó; empafióse dnrantc al– ounosinstantes la expresión alegre del rostro. º - Ah, pnpá está ahí!-- exclamó, balbuciente, vol – viendo la cabeza hacia el saloncillo rojo. Pronto se repuso; animóse su fisonomía, y dijo: - No importa: las ideas mandan. Y completó su pensamiento con una reflexión amarga: - Así'como así, nos vamos habituando á no pen– sar nunca de la misma manera. Mientras Luisito se alejaba, Pomés decía á los tertulianos: -Ese muchacho, personalmente, es muy simpá– tico, iisto, ingenioso, de imaginación viva; se expre– ·Sa muy bien. ¡Maldi tas ideas las suyas! Lo de su padre le llegó al alma. Yo no habría tenido corazón para espetárselo, Sr. Barkaiztegi. El banquero, disimulando sus sentimi entos, con– testó: - A mí también me causó pena..... pero hay que encarrilarle por el respeto á !as personas. No pue– de usted imaginarse el sans fa<;on con que escribe de tocio el mundo. -Disípulo de Deusto! Frutos del jesuitismo; in– transigensia y mala intensión! La sentencia filosófica de J uanito I nsausti coinci– dió con los tres golpes de palo que It urria, para di– solver la tertulia, dió sobre el suelo. Fué una suer– te;de no darlos, ambos amigos se enzarzan.
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