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lió LA BELLAEASO - Hombre de Dios, ni hablar! El corasón va te– nemos n_oblepa desgrasias; fagores haser 1,os ha gustao siempre. Con los ofrecimientos, confidencias y cumplidos que acababan de mediar, ambos interlocutores se habían puesto á tú por tú. La facha señoritil de La. jumera, su manera de expresarse, su influencia predisponían favorablemente á andre Joshepa. Él discurría bonachonamente, al parecer descorriendo los más recónditos repliegues del corazón. Contó á su modo la historia de sus amores con Florentina los episodios aflictivos de la enfermedad perpetua'. las amarguras de un hogar pulverizado por la des– dicha. J oshepa admiraba, con una restricción: "case usted, hombre!-decía;-vivirse así es como los pe– rros de la kale; no está bien, hombre,,. Y Perico, poniendo la mano derecha sobre el corazón, muy solemnemente replicaba: "es imposible, señora; mi conciencia, lo que el hombre posee de más sagrado, de más íntimo, me lo impide,,. Y ella insistía sin entenderle . Agotado el tema sin venir á un acuerdo y sin que la disparidad de opiniones entibiase la cálida co– rriente elesimpatía mutua, andre Joshepa, después ele cobrar al albañil el importe de su cena, dijo in– genuamente: - Ahora que estamos solos le haré una pregun– ta; usted ya sabrá de esas cosas, yo algo oído, á punto pijo, nada; cómo va esa guerra de Cuba? esos otros endredadores yanqueses ó, no sé cómo llaman, harán contra á nosotros, ó qué? Mucho pueden, ó no? Perico la miró sorprendido: -Usté se mete en esas honduras? le gusta lapo– lítica? Creo que usté no tiene hijos varones; ·por consiguiente, el temor de que los llamen al servi– cio..... qu~ demonios le importa á usté?

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