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XX PRÓLOGO hacían sus ahorrítos. En cambio, los que enviaban á sus hijos á la ciudad para que ganasen un jornal, ó se dedicaban ellos mismos, en ocasiones, á traba– jos ajenos á la labranza, se encontraban agobiados de deudas. El jornal les proporcionaba más dinero, pero también les acostumbraba á un género de vida disipada cuyos gastos no alcanzaban á cubrir con los ingresos. Y conste que mi amigo no era un enamo– rado platónico de lo rústico, antiguo y tradicional, sino que, por el contrario, era como yo un ardiente demócrata, partidario del progreso en sus diversas manifestaciones. No olvidaré jamás sus atinadas re– flexiones, hijas de clara inteligencia, acompañada de una modestía casi excesiva. El contraste entre el carácter genuinamente vas– congado y el de gran parte del elemento exótico que cada día con mayor fuerza se nos mete por casa, debe hacernos reflexionar. Pocos años hace aún que San Sebastián digería y se asimilaba al elemento de importación. Algunos meses de estancia en la ciudad bastaban para que el lenguaje, las costumbres, el modo de vestir y de ha– blar del forastero perdiesen sus rasgos típicos; el mismo aspecto físico, al cabo de dos ó tres años, pa– recía modificadoen el medio ambiente, con rapidez ignorada por los partidarios de la evolución. Ahora sucede, desgraciadamente, lo contrario. No sólo las gentes de fuera (hablo de la población fija de invierno) no se aclimatan y amoldan á las cos– tumbres del país, sino que nos· van imponiendo las suyas á ojos vistos. Hay ya en San Sebastián mozuelos y mocetones que _tienen á gala convertirse en lo que se ha dado en llamar golfos. La mesura, la cultura del trato,

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