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A. CAMP!ÓN 161 Ill Pero no iba contento. El allanamiento de morada de que, según su modo de pensar, era víctima le causabainquietud. Temía al curioseo de las mira– das ajenas. El edificio de endiosamiento personal, pacientemente construido, podía derrumbarse de súbito,y la leyenda ser substituida por la historia, · hartomás prosaica. Hasta la fecha, los mismos ene– mioos aceptaban la leyenda de un hijo de familia bu;guesaque, tocado de la gracia del socialismo, riñecon sus padres, renuncia al bienestar, trueca la levita por la blusa, encallece y embasta. sus manos predestinadasá la inacción de las profesiones libe– rales,y baja al pueblo por amor al ·pueblo, cuyos sufrimientoscomparte, para mejor insuflarle el há– litode 0 la reivindicación y el desquite. El amor! No era el amor á nada ni á nadie la fuerza directriz del carácterde Lajumera, sino el odio, el despecho, la desesperaciónque se ense1iorearon de su alma el díaque, concluido el bachillerato y en vísperas de emprender una carrera literaria, quebró su padre, el tan conocido maestro ebanista y tapicero de la callede Hortaleza, á quien, no obstante pingües ga– nancias,arruinaron los gastos excesivos de casa y de fuera de ella. Perico se vió absolutamente desamparado; huyó el padre, la madre murió al poco tiempo..... Con·o– cióla miseria: hambre, desnudez, el hospital, adon– de le arrojó el primer invierno. Practicó . esos ofi– cios de los niños del arroyo madrileño: vende– dor de periódicos, mondadientes, lápices, barati– jas de deshecho, arena, libros y estampas por– nográficos;después fué ruedero en una impren– ta, mozo de anfiteatro; por último se metió en una 12

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