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A. CAMPIÓN 155 res arrellanados en las butacas frente á la cocinilla chi;porroteante. La morada d~ uno de los más co– nocidosse alzaba frente por frente. "Sois mis pro– veedoresde reclutas de la revolución social! Ya lo veréis cuando esas bestias mr.rinas sean los prole– tariosdel mar; cuando sus hembras, en vez de co– rrer pobres, pero libres, se descoloren y palidtz– canen las fábricas!Cada moneda del mísero jornal quecaigaen sus ma110se~cu~lidas será en su ~~a una piedra que os lanzaran a la cabeza. Ya vere1s cuandoles hagamos blasfemar del Cristo de Lezo y de la lvlarucaque está en aquellos montes de De– ba!,, La sonrisa pasó á risa, irónica y despreciativa. Enumeró los nombres de los navieros, recordó unapor una sus caras. "Arruin adles con vuestra competencia! arruinadles con vuestros aparejos! Co– diciosos!avarientos! y estúpidos aun más que ava– rientos,si cabe!,,, murmuró á media voz, volviendo sus pasos hacia la ciudad vieja. II Minutosdespués entraba ·por el portal de su casa, estrechocomo un pasillo, á cuyo extremo la esca– lera,mal alumbrada, tenía su arr·anque. Comenzó á subirlalentamente, como quien no quiere llegar. Oyó ruido y levantó la cabeza: dos personas baja– ban y en el modo de andar se conocía que una de ellasera un niño, pues la persona que pisaba fuerte se detenía á cada escalón y hablaba, ora con tono cariñoso,ora con acento colérico, animando y re– prendiendoá la criatura. Apareció una mujer hara– posa,de edad indescifrable; apretaba contra el pe– choun botellón vacío, de á dos pintas, y de la mano izquierdallevaba á una niña de tres ó cuatro años,

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