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150 LA BELLAEASO Lajumera comprendía que la hostilidad del gru– po se acentuaba. Cerca de él, una pescadera, inte– rrumpiendo el recuento, dijo: - Ojalá si le botaríamos al agua! -A mí al agua?... por qué?-exclamó Lajurnera volviéndose como una culebra pisada;- ¡á mí, que busco vuestro bien! Mejor á ésa que se engorda con vuestro sudor, con el trabajo que no os paga! Mirad lo bien abrigada que está, qué rica ropa lle– va, mientras vosotras, medio desnudas, tiritáis de frío! La mujerona se detuvo de nuevo. Cesó el mar– tilleo de sus zuecos y comenzó á despeñarse su risa, desde las más agudas á las notas más graves de la escala; risa que podía seguirse con los ojos en las palpitaciones del pecho, cuya carnosidad se expla– yaba, en forma de panza, hasta el abdomen. Las pescaderas levantaron las cabezas aguardando algo, una mueca, un insulto, dispuestas á soltar el chorro burlón de sus carcajadas. La mujerona dió unos cuantos pasos hacia Lajumera, se rió más fuerte, y Juego, volviéndose de espaldas, dobló la cintura y descargó varios puñetazos sobre el trasero, ancho como la rueda de un carro: - Ven á tirar, hombre - gritó;-aquí tienes ande agarras! Fué la señal de la rechifla: como una batería de voladores estallaron las carcajadas. A Lajumera le pareció que sobre sus carrillos descargaban bofeto– nes. Seis ú ocho mozuelas le rodearon brincando y bailando, mostrándole las piernas al aire, las cha– quetillas despechugadas y las sayas que escurrían agua. Con música de ronda infantil cantaban: •Prio, prlo, mu cho prio; mucho prlo está en el rio • La.mujer de la cuerda, desde el borde, sacando el cuerpo hacia fuera, sin duda participaba el su-
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