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CAPÍTULO QUINTO I RA de noche, después del trabajo, al volver la esquina de la calle del Puerto, en la ciu– dad vieja, cuando Perico Lajumera trope– zó con Altube. -Tengo pa darte una notisia, hombre, que te dará grasia.....- dijo éste. - Lo dudo! Traigo un humor de todos los perros; las tripas se me remojan en aguarrás ..... El aire torvo de Lajumera confirmaba sus dichos. -Qué te pasa? Dime. -He disputado con el patrono. Figúrate que se propasóá censurar mi último artículo de La guerra social. No les basta á los patronos esclavizar los cuerpos? quieren esclavizar nuestras almas tam– bién? Me amenazó encubiertamente, con buenas formas, como hacéis las perradas los gipuzkoanos. Altube, plácido según costumbre, supuso, dado el carácter irascible de Lajumera, que el suceso ca– recíade importancia y lo tomó á broma. - Alma... dises? Ahora salimos que tenemos? ... La chanza acreció la cólera eleLajumera. -N o seas bestia! Estoy hablando con el presi- 11

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