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144 LA BELLAEASO Los pedidos se cruzaban en jubilosa confusión. Moheda se apar tó del grupo: -M i general, les ha tocado el garbanzo negro á..... Tr aigo aquí la lista referente á todas las armas. Moheda sacó del bolsillo un papelito y leyó: -Pimentel, Cevallos, La Presill a, Carrizosa ..... - Bien, bien- dijo el general interrumpiéndole· . -á casi ninguno de ellos conozco. Y usted? ' - Le diré, mi general. Le cayó la teja al capitán Luque, de mi.regimiento. Al pobre le dió una des– gana..... Cargado como está de hijos, enferma su mujer, tísica..... me partió el alma. Me ofrecí á subs- tituirle..... pelo á pelo, mi general, no crea usted otra cosa..... Luque se negó en absoluto; dice que está seguro de no volver á Espa1ia,pero que el ho– nor y el deber, patatín, patatán..... Hube de callar– me. Seguro, allí deja los huesos! Casi me he arre– glado con Carrizosa; discrepamos en mil pesetejas. Amainará..... tiene un canguelo!..... Moheda volvió á la mesa de los oficiales, y en la , ele ios "perros sabios., reinó aquel silencio de an– tes, cohibido y receloso. Iturria lo aprovechó para dar en el suelo los tres golpes de bastón que eran el rompan filas de la tertulia. -j aunak, con tanto insidente nos hemos corrido media horita; gauarte. El bullicio de los oficiales, dueños exclusivos del campo, no reconocía ya motivos de comprimirse. El organista, que caminaba despacio, desde el primer tramo de la escalera percibió una voz juve– nil que gritaba: - Bebamos, señores, á la prosper idad de nues– tros bizarros compañeros. ¡Que regresen todos de allí..... generales!
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