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134 LA BELLAEASO cia; el entarimado, con su vibración, acentuabael paso tembloroso. - Oiga usted, Moheda-dijo Pomés, haciendo señas á uno de los oficiales. Acercóse el capitán á la mesa. En su cara llama– ban la atención los granos de la nariz, la peladura de las barbas y los costurones del cuello. El cene– ra! hizo con la cabeza un movimiento interrog~tivo. -Hoy es el sorteo para Cuba, y vamos á teléfo– nos. Pronto sabremos á quiénes tocó la china. Es– tán preocupadillos..... es natural. Las cónyujas de tres ó cuatro de ellos, la mitad de las pagas se las gastaron en velas al Santo Cristo de Lezo: "Je– sús mío, revienta al prójimo!,, esta es la oración.El ún.ico que está seguro de ir á habérselas con los mambises soy yo. - Pues ..... y eso? . -No es porque me toque, no. Ni la suerte ni las balas ni el vómito negro se meten con esta ca– lamidad. Permutaré con alguno de los agraciados ... si me suelta las perras precisas, claro es. Y regre– saré de la Isla tan guapo, invulnerable al plomo y al clima, con haces de laurel bajo los sobacos y lo que se pegue á los bolsillos. A la orden, mi ger.eral; hasta luego, señores. Marchóse el capitán y en la mesa de los "perros sabios,, reinó un silencio forzado, cauteloso, el si– lencio de las situaciones difíciles que nadie quiere abordar, y que nadie tampoco se considera capaz de relegarlas á segundo término, trayendo nuevos asuntos de distracción. Cruzaban los tertulianos miradas sin franqueza, estudiadas para inexpresivas. El general se había puesto nervioso; movía la cu– charilla del café, cambi:::bade lugar la taza, atusá– base el bigote y la perilla, carraspeaba, escupía sin quitar ojo á los tertulianos. Por fin prorrumpió: - Vaya, señores, no-comprimirse ..... yo no me

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