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126 LA BELLA E:\SO criado. Era su andar titubeante, como si las piernas no obedeciesen á la volun~~d.La postura rígida de la cabeza llamaba la atenc1on y la atraía sobre la cara, una cara pálida y curtida por la intemperie color de aldeano enfermo. Tenia los párpados caí: dos. A pesar de la tristeza que la ceguera y la en– fermedad comunicaban al rostro, y de las vuloares barbas incultas y del traje desaliñado, notáb~sele cierta expresión marcial, noble y enérgica, comoel cuño suele entreverse en una moneda mohosa. -Mi general- dijo plantándose y saludando mi– litarmente:-es imposible que esa polilica y esos polí~icos á quienes usted alude, no engendren sepa– ratistas. -Querido D. Pedro - exclamó afectuosamente Pomés, levantándose para estrecharle la mano:– por eso los aborrezco tanto. Que puedan tener un átomo de razón siquiera los enemigos de España, me enfurece! D. Pedro, en cuanto lo consentía su lesión me– dular, estaba cuadrado, acentuándose lacómicaincon– gruencia entre el porte militar y el aspecto campe– sino del enfermo. Los "per ros sabios,, le saludaron afablemente, va– liéndose unos del nombre de pila, Pedro, y otros del apellido, Santurce, y fué á sentarse en una me– silla del salón, junto á la entrada de la rotonda. Allí solía permanecer taciturno,. saludado por muchos al pasar, sin que nadie se detuviese á formar tertu– lia, imposible de mantener con quien hacia profe– sión de mutismo. Cuando el concierto comenzaba á dejarse oir en el salón azul, D. Pedro se trasladaba á ocupar su rinconcito, á la derecha del piano. -Decía,-prosigui6 el general, reocupando su asiento,-que ese periodicucho me es simpático por su enemiga á la política y á los políticos, lepra de Espai'ia. Y eso que los redactores no los conocen
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