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122 LA BELLAEASO case aprobación al espíritu reaccionario. J uanito lnsausti, el rico tendero de ''ar tículos de París y Viena,,, se creyó obligado á defender los buenos principios. · - De todo se abusa, mi general... de qué no? La confesión misma, cosa buena sin duda, cuántas per– disiones no ha traído? Somos grandes, pero; no cabe prevenir como á los chicos. lturria el músico, la extrema derecha de los "pe– rros sabios,,, ordinariamente oía y callaba. Pero cuando sus convicciones religiosas eran blanco de algún ataque, mostrábase capaz de llegará la disputa. - Pues yo opino que el general tiene rasón; no diré en cuanto á esas ideas del periódico, que á mí también me gustan si quitas exagerasiones de jóve– nes; pero que dejen á todo el mundo escribir lo que se le ocurre, es un disparate, una barbaridad! Qué tiene que ver esto, que ven los siegos, con la confesión? A ti te han abusado alguna ves, jua– nito? Los "perros sabios,, se miraron entre sí; un aura de buen humor agitó al corro.- No me toquéis á la Marina..... Verdá, Pantaleón? -preg untaron varios riéndose. lturria volvió el rostro hacia ellos, enrojecido por el enfado, un enfado sin asomo de malqueren– cia personal ni de saña. -Sí, sí; eso digo, que no me toquen á la Marina! Me fastidia esta moda de pegar á las cosas de igle– sia, sin ton ni son. El organista se registraba los bolsillos del gabán, buscando algo. Por fin sacó un periódico: "Toma; anoche Jo compré: para que cuando metan la mano por tu escaparate la puedas apretar como de ami– go! No le habrán enseñado eso á ése en los confe– sionarios!,, - - Qué ~e das?- preguntó J uanito lnsausti rece-
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