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120 LA BELLAEASO en el período de la más profunda transformación de la ciudad antigua se pusieron al frente de eHa y en todo tiempo se solicitaba su concurso para las nuevas empresas, y hasfa el éxito de éstas dependía en cierta medida, de la cooperación de ellos, aña~ dióse á la peña el calificativo de sabia, de donde naturalmente fluyó la costumbre de apellidar peños sabios á los contertulios. Al descifrar una carta de muy mala letra, un socio del casino que no formaba parte de la peña, en vez de "memor ias á los peños sabios,,, leyó en voz alta "memorias á los perros sabios,,: la frase hizo gracia, quedó en el repertorio y la admitieron los mismos interesados. Era la cuotidiana tertulia do.ble la más animada y. bulliciosa de La bella Easo. Hablaban á gritos y se reían estrepitosamente, y se disputaban á menudo tenazmente los "perros sabios,,, con pocas razones muy repetidas, sin que los ademanes desapacibles ni los adjetivos descorteses dejasen poso de amar– gura ó resentimiento. Porque la amistad añeja, anu– dada en la calle nativa, en la escuela, en las diablu– ras infantiles, herencia acaso de otra amistad fa– miliar, y la paridad de gustos y tendencias, y el co– mún denominador político, y la similitud de posi– ción social, y el sentirse hasta los tuétanos muy de su clase y muy de su pueblo y muy de su época, se sobreponían á la acre impresión momentánea. En el grupo, no obstante, se observaba falta de homogeneidad absoluta: rompíala, de una parte, el organista Pant aleón Iturria, pobre, enamorado de su arte y creyente fervoroso; de la otra, el general D. Ricardo Pomés. Éste daba, realmente, la nota - discordante, porque entre lturria y sus amigos exis– tían muchas afinidades; pero el general Pomés, por varios de sus rasgos, era antitético al tipo dominan– te en la tertulia. Militar ordenancista, reaccionario, erudito, aragonés, hacía gala de no disfrazar su
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