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CAPÍTULO CUARTO I ORQUE llovía, los perros sabios, en el sa– lón azul del Casino la bella Baso, prolon– gaban su tertulia vespertina, brevísima las tardes paseables: el tiempo preciso para to– mar el café, encender el tabaco y elegir la vuelta, que tampoco había de ser larga, pues á varios de ellos la tienda, el almacén ó el escritorio,y á todos alguna ocupación les aguar– daba. Durante la época invernal se reunían dos ve– ces: á luego de comer y á las primeras horas de la noche. La tertulia nocturna solía ser más nume– rosa; no faltaba ningún tertuliano. · Ocupaban siempre, por derecho consuetudinario; las dos ó tres mesas de la magnífica rotonda- la petíte serre- que vuela sobre las peñas de la bahía, donde se rompen las olas cuando _hay recia mareja– da. Eran los contertulios easonenses de la más le– gítimacepa, y las firmas de ellos, de las mejores en– tre las buenas del comercio é industria de la plazá. Llamaban á la rotonda, pefza, por estar cimentada sobre una peña, y metafóricamente llamaron peña á los concurrentes; y como éstos fueron hombres que
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