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116 LA BELLAEASO rros dentro de la carreta, mientras cuesta arriba se dirigía hacia Jayápolis. Poco antes de llegar á la calle de San Ionacioce– só la lluvia y brilló el sol. En la puerta dtJa nueva casa, bajo el letrero de "Al valie de Loyola,,, Mar– tín y andre joshepa aguardaban. La carreta se de– tuvo. Algunos vecinos se asomaron á los portales y balccnes, riéndose del montaraz aspecto de Pa– chika, de quien se escurría el agua como de perro recién bañado, pértiga al hombro, saya á la rodilla, y cubiertos de costrones arcillosos los pies y las pantorrillas desnudas. - Qué tal?- preguntó joshepa. -Muy bien. Cuando los cobradores del puente registraron venia durmiendo: ni siquiera se movió. Por no despertarle dejaron de registrar. Martín y joshepa descorrieron el hule un poco. -Padre! - exclamó contenta Joshepa, - ya he– mos llegado. Ahora, á la cama; Tomasha la está ca– lentando. Sbidoro no contestó. -Qué es eso?- preguntó joshepa, mirando al interior de la carreta por debajo del hule. Shidoro desde el colchón había resbalado á uno de los án– gulos, donde se le veía hecho un ovillo, boca abajo. Joshepa, con mano trémula, descorrió totalmente el hule y agarró el cuerpo de su padre por el chaleco de Bayona, empapado de agua, para colocarle en situación supina. El viejo tenía los ojos vueltos y la boca desmesuradamente abierta; un colmillo solita– rio, descarnado y amarillento, rayaba el fondo obs– curo de la cavidad, como el roto barrote de un su– midero. J oshepa lanzó un grito de esp:into: "jesús! creo que está muerto!,, Varios chicos y chicas que iban á la escuela se detuvieron, contemplando el cuerpo inmóvil y la mujer afligida. Otros que iban por la acera de en-

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