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114 LA BELLA EASO Pachika miraba á su·abuelo con el cariño asoma– do á los grandes ojos sonrientes. -Buenos aguijonazos recibirán hoy los bueyes para que llegue usted pronto á la nueva casa. Allí está Tomasha que tendrá preparada la cama, muy caliente. Shidoro parecía despertar de un sueño. Comen– zó á hablar, y su voz sonaba como el balidode una cabrita. -A casa?..... pues no estamos en casa?..... J oshepa te explicó la situación. - Si yo no quiero marcharme!. .... Cuando me muera os iréis vosotros ..... Me moriré pronto, no estéis impacientes; y contento, voy de buena edad. Llamad al señor párroco esta tarde; en confesándo– me. por nada me importa nada: hay que morir al– guna vez. Estimando copiosa su ración de vida, se volvió hacia ta pared, tranquilo y conforme. -Padre, eso de llamar al párroco y de morirse, son tonterías, chocheces, ganas de ape·sadumbrar á la familia. No se ha muerto usted en el caserío, y se ha de morir en la ciudad? Comprenda usted que estamos obligados á marcharnos. No le faltará ca– ma. y buena, en la otra casa. Sin atender á-1asprotestas del viejo, andre Jo– shepa lo sentó en la cama, le vistió la camisa ca– liente, el chaleco de Bayona, la chaqueta ..... Las piernas de Shidoro pendían fuera, medio cubiertas por las· sábanas: unas piernas secas, pobladas, á trozos. de largo vello canoso, ondulaban al aire co– lado en la habitación. Pachika, arrodillándose, pro– curó calzarle los pies edematosos, recubiertos de roña; pero como los borceguíes no entraban, le cal– zó las alpargatas. Martín esperaba en el zaguán, conversando c.on el criado de Castro-Elvira. "Mai'lanale atizarán el

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