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110 LA BELLAEASO las desgarraduras del arado, á los pinchazos de las layas! Pero esos papeles cabalísticos, blancos hasta que los manoseara imprimiendo en ellos la neoruz– ca huella de las callosas yemas ... Riqueza sutir im– palpable; riqueza de memoria, evaporable por cau– sas que él no entendía. Si por lo menos hubiesen sido valores gipuzkoanos era más fácil estar á la mira, enterarse á tiempo de sus vicisitudes! En fin, á lo hecho, pecho . Irigoyen le explicó, en el más suave baskuenze de Easo, cómo había de habérselas para cobrar los dividendos. Y al despedirle, añadió sonriéndose: - Buena salud para disfrutarlos muchos años, en compañía de la mujer mandona y de la hija rete– guapa! No preocuparse; así como así, de hnber al– gún tropieso, piense en que es muy difícil repetir las gangas. Martín salió de la casa con un nudo en la boca del estómago. Caminaba muy d~ prisa, y al volver la esquina dió tan fuerte encontronazo á un caballe– ro, que éste hubo de apoyarse en la pared para no caer. -Perdone usted- dijo Martín, saludando con la boina, y al mirar al caballero vió, tan sorprendido como disgustado, que era el conde de Ajarte. - Hay de qué- replicó el conde.-C3ramba! es Martín; no se escape usted, hombre! Dios me lo trae para que le cante cuatro verdades . Sé que ha revendido el caserío, mi caserío, el que le vendí por hacerle un favor, tomando en cue1ita la honra– dez de usted y las circunstancías de· la familia. Si yo hubiese imaginado que lo adquiría para dedi– carse á negocios, y salirse de su clase y desertar de la labranza, que fué el oficio de sus padres y de sus abuelos; que usted andaba buscando la holgazane– ría de la ciudad; que vendría á aumentar el número de los que aquí se pierden, no siendo ya aldeanos

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