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A. éAMPIÓN 107 estatutos y réglamentos; á q~ien no le dolían vi~jes, idas y venidas, ern parre oblig::idack todas las pras y francachelas, ora ho1!1bresmadur?s ora m~cha– chos jóvenes las organizasen , obten,end,o los t1tulos de "portentoso é insustituíbk,, cuando él las inicia– ba y presidía. Solterón empedernido, nunca se ami– noró su descomunal afición á las faldas, que le con– dujo á escribir -varios capítulos de la crónica escan– dalosade J ayápolis. En la ciudad eran célebres las criadas de Guzirako por Jo guapas y elegantes y el juego de vocablos á que el mote del amo convidaba. Cuatro palabras de tono muy meloso, de easotar recriado en América, desencanijaron á Martín, que se presentó balbuciente y cohibido. Expuesta la pretensión, no sin circunloquios, exclamó Irigoyen: -Ta , ta, ta, ta, ta! ¡Una colocación segura, de buenos.réditos, radicada en el país y de compra baratita! La ganga de todos, verdad? Pues amigo mío, se acabaron! Digo mal, porque usted la ha he.., cho, y de primera clase, vendiendo cuatro paredes viejas por sinco ve~es su valor. Al señor marqués le oí hablar en el Casino de los preliminares. Por sierto, me afirmó que era usted un judío de marca... con la excusa, á su favor, de que era usted opuesto á la venta... La mujer, oh, la mujer! Por eso no quise yo casarme: las mujeres acaban siempre por agarrar la sartén del mango. Martín se puso rojo como una colegiala que oye jurar á un carretero. Le contrarió, además, que sus cosas domésticas fuesen comidilla del Casino. lri– goyen, por divertirse, procuró aumentar la desazón del aldeano, y para que éste no perdiese ni un ápi– ce prosiguió la conversación en baskuenze. -Todo se sabe. Ustedes viven monte arriba, so– litarios, sin vecinos; pues no les vale; yo le podría referir á usted muchos cuentos de los caseríos próximos al suyo. También me contó el señor mar-

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