BCC00R49-5-16-1700000000000000410

106 LA BELLAEASO sand9 un salón largo y estrecho, detrás de cuyo alambrado escribían los escribientes, veíase á don Ju an Bautista lrigoyen papeleando en el bureau elegante. Su fisonomía era la de un hombre inteligente activo y contento de sí mismo. Su luenga barba, se~ dosa, rizada y cana, caía partida sobre el pecho, y su escotadura dejaba al descubierto un soberbio brillante sobre el raso verde obscuro de la corbata. La impresión de ancianidad que al primer pronto trasmitía la barba, disipábanla el color florido de la tez, la soltura de los movimientos, la esbeltez del cuerpo; así como la mirada sagaz de sus ojo&grises rectificaba la expresión sensual de su boca y nariz, combinándose de tal suerte todos estos rasgos, que delataban á las tendencias fundamentales del carác– ter de Irigoyen: el amor al trabajo y al placer. Comercio de ultramarinos, cambio de monedas, giro de letras, agencia de negocios, compraventa de valores y terr enos, representación de casas na– vieras y de fábricas, empresas de espectáculos pú– blicos, casinos, balnearios y nuevas construcciones constituían el inmenso campo donde lrigoyen ope– raba. Vino de .Méjico, dueño de una regular fortu– na, en la época misma que se inició la transforma– ción de J ayápolis, llegando á ser uno de los más eficaces agentes de ella. Como el pueblo le veía meterse en tantas cosas le puso el mote de Gu:i– rako (para todo). Gozaba fama de riquísimo, aun– que de tiempo en tiempo, cuando alguna especula– ción le fallaba, solían correr rumores de próxima ruina, pronto desmentidos. Aquel hombre, que hus– meaba todos los negocios y en ellos se metía si eran fructíferos; que barajaba con igual soltura los naipes de la prudencia y los de la audacia; que era capaz de permanecer diez horas sin moverse del sillón, alineando números y redactando memorias,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz