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102 LA BELLAEr\SÓ ses, mil veces oídas en la calle, eran otras tantas profecías. Iba á vivir en la ciudad, en el teatro ade– cuado á su persona. Acabáronse las hombrunas la– bores, las ventiscas del invierno y las llamaradas de sol que, á puñados, arrancan sus lirios y rosas á la tez, el manejo de aperos y el roce de terruños que encallecen pies y manos, alteran la esbeltez de los miembros, engrosando músculos y tendones, y acaban por sustituir la viveza de las actitudes er– guidas, por la resignada postura del buey. Sabía, sin pormenores, que la venta efectuada era extraordinariamente ventajosa; que nunca, den– tro del curso ordinario de las cosas, ni aun echán– dose á soñar, pudo la imaginación subir á tanto. De riqueza, alcanzábasele muy poco. Sus ideas so– bre la materia se velaban apenas la cantidad exce– día de mil duros, que á ella se le antojaba fabulosa, y pasando de ~hí los números se convertían en me– ros vocablos sin contenido real: idéntica impresión de lo inconmensurable le producían seis mil y sesen– ta mil. Las cuentas de la ropa blanca, el precio de las vacas y terneros no aportaban datos al concep– to. Por el caserío, el marqués chiflado pagaba va– rios miles: cuántos? Ni á Tomasha se lo dijeron sus padres ni le importaba á ella tampoco averiguarlo. Habitaría en la ciudad, en la bulliciosaJayápolis, en la risueña Easo; no para ganarse la vida, sino para gozarla codeándose con las ricas, perfilando la natu– ral belleza con los complementos que proporciona el dinero. ¡Cuántas y cuán.tasmás miradas y frases cor– tejadoras cosecharía que cuando cruzaba el puente contra viento y lluvia, desfigurado el talle por el burdo mantón en que zafiamente se arrebujaba, su– giriendo chanzonetas y dichos picantes sus sayas, de sobra remangadas, que ondulaban y restallaban sobre las piernas, aun teñidas por su estival ateza– miento!

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