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98 LA.BELLAEASO dos botellas de vino riojano, sidra á discreción· ca- fé y copas. ' Por momentos olían mejor los guisos. Las tres mujeres, coloradas de estar al fuego, se miraban y sonreían satisfechas. Andre J oshepa, temerosa de que la comida se pasara y ávida de leer en la cara el talante de Martín, se asomó infinidad de veces á la ventana. Al cabo, cerca de la una-h ora prevista -desembocó por el caminito el ex dueño del case– río, confirmando las esperanzas de la andr e. La posesión material de los miles, el manoseode las monedas, borraron, aunque fuese transitoria– mente, las penas y disgustos. Martín venía sonrien– te, no sin cierto aire de orgullo é ínfulas de perso– naje. Sobre el corazón, en el bolsillo interior del chaleco, crujía, al moverse , el fajo de billetes mul– ticolores, cuyo papel garabateaban dibujos, núme~ ros y firmas misteriosas, con bustos de gentes ves– tidas á la antigua; retratos, sin duda, de los ricacho– nes que aportaron sus tesoros á la fundación. del establecimiento mágico que sabe fabricar dinero sin metales. Subió Martín presur oso la escalera, salióle al encuentro la andre y juntos se metieron en su cuarto. Allí, temblándole las manos, sin acertar á desabrocharse lo;, botones, ayudado por la mujer no menos entorpecida, sacó el fajo: "El marqués me firmó un papel; no sé cómo le llama; fuí al Banco, y allí, ¡mira, mira!,,, dijo balbuceando, y exhibió sobre la mesa, deshecho el fajo, una porción de bi– lletes; algunos de mil, varios de quinientas, otros muchos de cincuenta y veinticinco pesetas. El ma– rido y la mujer se miraron sin decirse palabra; ha– cían esfuerzos por dominar el temblor que hasta en los mismos labios vibraba; y de pronto, inesperada– mente, sin saber por qué, rompieron á llorar y se abrazaron. Este insólito ataque de sensibilidad fué pronto dominado.

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