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96 LA BELLAEi\$0 III El día que Martín, á las nueve y media de lama– ñana próximamente, emprendió el camino haciaja– yápolis, donde estaba citado para firmar la escritura á las once, no andaba con su paso habitual. Como si llevase una gran carga á cuestas, iba inclinado; como si sus piernas fuesen las de un convaleciente, se movían sin soltura ni firmeza, titubeando y despa– cio. A primera hora se vistió de día de fiesta;almor– zó un pedazo de pan, una magra y medio vaso de vino; sentóse á la lumbre del hogar y pennanecióallí sin abrir los labios, con cara tan fosca que nadie se atrevía á dirigirle la palabra. Andre.Joshepa andaba al retortero, muy grave el semblante, por cautela, pero chispeándole los ojos: hubiese querido expan– sionarse, mas la disuadió el hocico de su marido. Cuando removía los cacharros se !e notaba un li– gero temblor. Se abstuvo de concurrir á b Brecha, porque le faltaba sosiego para ocupurse en los que– haceres cotidianos. Le parecía absurdo guardar en ocasión semejante la compostura de un entierro; pero refren aba los ímpetus jubilosos á la espera de coyuntura á ellos propicia, que estimaba ineludible. Dar la hora convenida y levantarse Martín, todo fué uno. Andre Jo shepa respiró desahogadamente, y Je contempló salir de la cocina con la alegría del ni1iorevoltoso que pierde de vista al maestro seve– ro.-" Uj!,,- dijo, imitando en silencio todos los movimientos y gestos de la más sonora de las car– cajadas. Al pasar Martín por delante del establo se asomó á la puerta el viejo Shicloro, aureolada la menuda cabeza por el acre humo de la pipa:-" Te vas, ch? - preguntó en voz muy, baja,-te vas á..... á eso?,,
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