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92 LA BELLAEASO Los hombres la recibieron con estampidos de chicoleos y requiebros. A Renovales, Olargui y Ma– cho se les vaciaban los ojos tras de ella; grosera– mente, sólo veían el montón de carne fresca y blan– ca. Perico, más refinado, aunque no más casto, se cebó en el rostro, sobre todo en la boca, abierta de continuo por la risa, única contestación que ella daba á cuanto oía. A Perico la boca le repre sentaba imá– genes de frutas que están reventándose de puro ma– duras. Apenas Altube le dirigió la palabra en bas– kuence, Tomasha se desentendió de los otros, y á pesar de ser el más viejo, con él entabló conver– sación. Los cuatro ponderaban las prendas de la moza; mas como ella permaneciese indiferente, la envidia comenzó á escarabajearles el corazón y la suspica– cia á removerles la hiel, pues observaron que To– masha les dirigía á hurtadillas rapidísimas rniradas de sus ojos resplandecientes, y Altube se reía mu– cho por las frases que ella pronunciaba entonces. - Así son éstas-decía Perico á media voz,- se ensucian en quienes no les hablan sagardúo. La conversación de Altube y Tomasha proseguía su curso. Al parecer se habían olvidado de los de– más, cuyo despecho fué en aumento hasta sobrarse. -Vaya,-gritó Perico, descargando un puñetazo sobre la mesa;- ese rancho aparte me joroba. Ó se habla para todo el mundo, ó se cierra el pico. Esta– mos 6 no en España? Tomasha se estremeció por el impensado estré– pito, y eri seguida se echó á reir. - Habla tú, si puedes, baskuense¡ yo en castella– no, no quiero ..... Sin cesar de reírse salió del cuarto, pisando fuer– te con sus. pies morenos, braceando al desgaire y batiendo la saya al menear la cintura, como estilan las sardineras.

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