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XII PRÓLOGO sumamente inferior á ellos. No queda en contacto con el labrador más que el cura. ¿Por qué admirar– se de su influencia? No hay cuadro completo de la vida rural en el país vascongado si en él no aparece, destacándose del fondo, la figura del párroco ó coadjutor. Conoce demasiado bien Campión las costumbres guipuzcoanas, para pensar en una omjsión involun– taria. ¿Por qué, pues, no hay curas en la novela? No Jo sé. Pude habérselo pregunt.ado al autor, pero no he querido hacerlo, celoso hasta el extremo de mi independencia de juicio crítico. Tengo para mí que Campión ha desistido de sa– car á escena el sacerdote, por temor á que los ser– mones que forzosamente había de poner en su bo– ca no se los achacasen á él mismo. Cuida mucho de no emitir opiniones personales, ni directa ni in– directamente. Desde el momento en que Zubeldía con su mu– jer é hijas abandona el caserío para instalarse en la ciudad, se comprende que el interés de la acción ha de concentrarse en esa honrada y sana familia. ¿Sabrá Martín.en su absoluta inexperiencia de ne– gocios, manejar prudentemente su capitalito? ¿Con– seguirá la hacendosa Joshepa que su proyectada ta– berna sea centro de reunión, como desea, de tran– quilos y morales gi zones, ó se verá el estableci– miento invadido por gentes soeces y maleantes que lo lleven á la ruina? La inocente Tomasha, ¿podrá resistir las tentaciones y repel er los ataques de que indudablemente va á ser objeto su hermosura nada común? El lector adelantará como yo sus predicciones en sentido negativo, desde los primero s capítulos de la obra.
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