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: ,, ' ! 86 LA BELLAEASÓ En el cuarto grande había cuatro hombres vesti– dos de artesanos, pero no con igual esmero. El quinto, el "pequeño,,, por su traje y aun por su tipo parecía más bien sefiorito. Pronto se echaba de ver que no lo era. La humareda de los cigarrillos era espesa. Tres de los comensales hablaban á gritos, ordinaria– mente, excepto cuando tomaba la palabra el seu– do señorito; entonces se callaban, igualándose al cuarto que permanecía silencioso, ocupado en des– pachar las raciones de plato y vaso con íntima satisfacción, visible en tocios sus gestos y posturns. Era hombre corpulento, de color sano, cabeza de perro dogo, desnaturalizada por una carota bonda– dosa y pacífica, cuya triple barbilla ablandaba y manchaba con el sudor la pajarita del blanquísimo cuello sin corbata. Los tres, el vello de la barba has– ta los ojos, recios los miembros, cetrinos y mal en– carados, mediante el desaliño de su traje confirma– ban la sospecha de que no eran de la tierra. Clara– mente se descubría su estado civil de inmigrantes, acorralados por la miseria de tierras adentro, á la costa. El trajeado á lo señorito distinguíase por el fuego intenso de sus ojos, la palidez de su tez ará– biga y la blancura ele sus dientes: atusábase el bigo– tillo negro con las yemas negruzcas de sus dedos en forma de espátula; feo, pero condigno remate de las manos anchas, cortas y macizas. Aquellas ma– nos poseían el valor de un signo psicológico; no se limitaban á expresar la deformación del trabajo, la descendencia servil; antes que feas eran innobles por sus líneas y movimiento~; p~recían form::icf::i~ para barajar naipes de tahúr ó abrir navajas homi– cidas; se despegaban del resto ele la ngura menuda, fina, no desprovista de natura!· elegancia. Algunas marcas eleviruela, especialmente en la nariz, in– terrumpí3n la tersura de In piel, donde faltaba
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