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84 LA BELLAEASO abierto en la dentadura, ocupó su puesto y cosechó aplausos. -Tenía podrido-dijo;-me han ahorrao el den– tista. Los tamborileros gordos soplaban y redoblaban con todas sus fuerzas; las muchachas volvían á for– mar corro; el baile estaba á punto de reanudarse . Lo impidió !a tormenta : bramó el viento, retorcié– ronse los árboles, volaron piedrecillas, ramas y ho– jas; sumiéronse en la grisácea nebulosidad de la lluvia, casas, arboledas, montes, valles y peñascos; las tinieblas del horizonte, achicando su radio, se tocaban con la mano. Los aurres!wlaris se abrigaron con los imper– meables que á prevención traían. Después de con– sultar á los aldeanos, convencidos de que "aquello iba para largo,,, se decidieron poco á poco á arros– trar el diluvio. La cuadriila se disolvió sin pensar– lo. Luis y Joaquín, al bajar la cuesta de Sasieta, pa– saron por delante ele ciosmuchachas que, apoyán– dose junto á un árbol y protegiéndose imperfecta– mente con el paraguas batido por el viento, se es– taban descalzando muy de prisa. - Creo que es la casera guapa-dijo joaquín,– la que debía haber bailado conmigo. Se detuvo un instante, y después de cerciorarse gritó en baskuenze: -Hasta el domingo, hermosa, ¿verdad? - Hasta el domingo- afirmó Tomasha riéndose. Los dos amigos caminaban á paso muy largo. Delante de ellos se oían voces femeninas que dis– putaban: á una de ellas le faltaba poquísimo para quebrarse en llanto. No tardaron en alcanzar á Guadalupe y sus amigas que iban chorreando agua de las sayas, pegados á la frente los rizos deshechos . - Jesús! dónde hay una casa? esto es el desierto! - gemía Guadalupe;-qué atrosidacl!no me saldré
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