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PRÓLOGO XI blación pequeña, en la cual no residen genios ni altas personalidades de ninguna clase. Para sortear la dificultadhay una receta, que con– siste sencillamente en copiar del natural cierto nú– mero de personas muy conocidas en la localidad, trasladándolas, ligeramente disfrazadas, al papel. Campión ha tenido el tacto y el buen gusto de no usar la receta. Después de mucho reflexionar y de mucho dev·anarme los sesos, no encuentro en Jayá – polis, ó sea en San Sebastián, quién pueda ser ni Guzirako, ni el músico Iturria, ni el banquero Bar– kaiztegui, ni el arquitecto Ostoloza, ni menos aún, si cabe, el franco y noble general Pomés y el aristo– crático bizkaitarra Luisito de Alzaga, etc., etc. Los tipos de La Bella Easo son creaciones del autor, tipos representativos de esa diversidad de temperamentos, caracteres y opiniones, como pue– den observarse en reuniones amistosas de círculos ó en tertulias particulares. El mérito consiste preci– samente en que esas creaciones encajan perfecta– mente en el cuadro de Jayápolis. Todo lo más que, rebuscando mucho, pueda ha– llarse, es algún detalle aplicable á determinados ciu– dadanos de carne y hueso de Donostía; pero esas que podemos llamar alusiones son tan insignifican– tes y de tal naturaleza, que á nadie pueden causar la menor molestia, aun dando por supuesto que se fijen los lectores en ellas. Sabiendo la influencia grande y frecuentemente decisiva que el clero ejerce sobre el agricultor gui– puzcoano, no puede menos de extraliar que en La Bella Easo no aparezca algún sacerdote dando con– sejos á la familiaZubeldía y prodigánd9la consuelos en los días de aflicción. Las gentes acomodadas húyen del campo y aldeas, el propietario apenas trata al colono, los habitantes de villas y ciudades hablan del casero como de algo

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