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A. CAMPIÓN ¡g te importa? Qué se te da porque yo me vaya ó me quede? ¡Marcharnos, marcharn?s!:··· : . Sus ojos se le llenaron de lagrimas y se callo. Marchiku, de pésimo humor, dió media vuelta mas– cullandoun atlui desabr ido.- "Ah! si Tomasha fue– se Pachika!,,- murmuraba al alejarse. Pachika y Marchiku, por diversos motivos, eran las dos únicas personas que en Sasieta estaban tris– tes. Los demás rebosaban de alegría. Los .zizarris– tas, inflado el estómago por la sidra, desabrocha– dos los botones del chaleco y aun el primero del pantalón, rubicundas las mejillas, cantaban discor– dantes coros ó departían en voz fuerte y se reían á carcajadasuelta, en racimándose bajo el techado del pórtico, en la azulada atmósfera del tabaco y del aceite. El corro, invadido por los kaletarras á caza de aldeanas, era tumultuoso teatro de empellones, manoseos y trueques de pareja, más ó menos gus– tosamente consentidos: los pocos aldeanos bailari– nes defendían li:iposesión danzarina de sus mozas, á pisotones, patadas y brincos. El acordeón apenas se oía; ni era necesario, pues cada cual llevaba dentro de si una música de juven– tud y placer que sµplía á todos los instrumentos. Cuando menos se esperaba sonaron redobles de tamboril, agudas notas de chistu y ondulantes irrintzis. La gente, á oleadas, se precipitó por sa– tisfacer su curiosidad hacia el sitio de donde venía la nueva música: un compacto grupo de jóvenes elegantemente vestidos, con boinas encarnadas en la cabeza y pañuelos de seda tricolor, verde, blanca y roja, al cuello, se enseñoreaba de la pradera al son majestuoso y noble del aurresku. Capitaneábalos un muchacho alto, de fisonomía simpática,cuyos lentes, herldos por los últimos ra– yos que el horizonte aturbonado conseguía subs– traer al avance te11ebrosode las nubes, cen1cllcaban.
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