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76 LA ~ELLA EASO nuevos gestos interrogativos. Marchiku, muy colo– rado, pareció vencer una gran resistencia y dijo trémula y balbuciente, la palabra: ' - Voy á preguntarte una cosa... -Ajajá! por fin, por fin... Gracias á Dios, no ha- bré de ir á la cocina en busca de aceite para que vomites las palabras. Otras veces no e_resasí; ha– blas... aunque no todo lo que piensas-añadió To– masha maliciosamente. -Me causa pena la respuesta que me podrías dar ... por eso... -¿Pena? ¿Cosas mías causarte penas á ti? No entiendo... La frente de Marchiku se obscureció. -Ese es el mundo, Tomasha. Tus cosas me dan penas, y las mías á ti, no. - Porque no te suceden cosas malas. ¡Verías si te murieses, cuántas lágrimas! Y se rió más estrepitosamente, y con más sono– ras palmadas y violentos retorcijones de cintura que antes. Marchiku la agarró de la mufieca, y tirando como de la lanza de un carro, la atrajo hacia sí. To– masha se recostó sobre el pecho; pero levantando el pufio en son de amenaza, sin cesar de reírse. Marchiku aproximó los labios á las orejas de ella, y dijo: - Si estuviera seguro de que me habías de llorar, ahora mismo me moría! -- ¡No deja de ser chistoso! ¿Te gusta afligirme? Pensaba que me tenías mejor voluntad, que me que– rías un poquito... -¿Que si te quiero? Mira, mira si te quiero, her– mosa!Yprocuró darle un beso. El puño de Tomasha cayó sobre e! cogote de Marchiku, tirándole al suelo la boina. - Ya lo veo; me quieres... besar. No se echa miel al pesebre del asno. ·

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