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74 LA BELLA EASO amagando irse. Las amigas protestaron á porfía. Aguárdate, mujer; luego nos iremo s. El último baile ahora á tocar se empiesa . -Bueno; esperaré dies minutos. - Sacó un relo– jito de plata sobredorada y enseñó la hora. -Son las cuatro y sinco; á las cuatro y cuarto me voy, sola ó acompañada . Las amigas se dirigieron al corro del baile, mur- murando: - Jesús! ésa qué fastidios::i! á todas nos mand:l. -Bien que. -Dejaremos que se vaya con Dios; ya la alcan- saremos. De todas maneras, no está acostumbrada á las aldapas. To~o por no mojar; la lluvia, pero, más que ella correrá. - Ojalá si se moja! A todas nos quiere chafar con sus vestidos. ¡Qué mal humor! toda la tarde quejan– do; que si lejos, que si serca, que si sol, que ..... -Porque no ha visto á Balda, mujer, todo! Para ella se peina! ¿Si creerá? ... .. -A mí no me gustan los señoritos! -- Ni á mí! - Niámí! - Ni á mí! - Más quiero no hablar con nadie que con ellos. Lo menos se piensa que se va á casar. ¡La señora de Balda!... J a jay! A la vez que las amigas de Guadalupe y sus acom– pañantes de Jayápolis se aproximaban al corro del baile, Tomasha, remolcada por Marchiku el de Errondoberri, se detenía á la vera del bosquecillo, sobre la cumbre de la colina. Estaba guap_ísima, con la cara animada por la danza, vestida á la moda de la ciudad, como una doncella de buena casa, pero en cabellos, luciendo la soberb ia mata de oro, pesa– da corona de la estatuaria frente. -Nos vamos á confesar? -- preguntó riéndose.

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