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XLV También yo el tlltimo de los Pamploneses pnrticipo de estos sentimientos y deseo para mi ilustre paisano unos lauros, que no te mnrchiten jamás y una corona que cilla siempre sus sienes. La glorin mundana es poca cosa para Sa· rasate; yo le quiero ver glorificado entre los IAtldes y arpas de los Angeles. t Eu11aq11io, Obispo dt Ore11u.» c¡Oh tierra de Navarrnl en tus querellas Vengo yo con mi canto á acompaflarle; Nubla tu sol y enluta tus eslrctl11s: Ha muerto un hijo tuyo, rey del arle. Augusta ml\dre de Gayarre y Eslavn, ¿Cómo no darle á tu dolor tributo? El mismo dardo que el pesar te clava Tiene á mi enfermo corazón, de luto. ¡Ha muerto aquel que dominó las leyes Del idioma del auge!, y en su abono · Vió como esclavos á los grandes reyes Que le envidiaron su radiante trono! ¡Qué torrente$'de mágicn armonf:\! ¡Qué misteriosos ecos de ternura! ¡Qué raudal invisible de poesía En tanta nota celestial y pura 1 El sollozo que arrancan los pcsnres; E l suspiro de un íntimo quebranto; La plegaria que nimba los nltnres; El ¡nyl que encierra In explosión del llnnto. La ~onfesión verbal de los amores¡ Ln austern voz del órgano cristiano; Y la expresión de todos los dolores Que son la herencia del linaje humano. El tierno arrullo que al mecer In cuna La joven madre amante ·rumoren; Et romper de las olas en la duna; El rumor de la garza que nlelca. De morisca región la alegre znll'brn, Del pueblo la tronnnte griter!a Y hnsta el suspiro que en la hermosa Alhnmbrn Lnozó Boadil al ausent:irse un d!a. Todo lo dijo; todo lo tradujo Este mago del arte en quien se entralla El sacro fuego que e ngendró y produjo Todas las glorias con que brilla Espalln. ¡Oh durn, y triste ley de la materia! Muerto está aquel genio sin segundo; Lloró Pamplona¡ se enlutó la lb~rin Y un gemido de apgustin lnnzó el mundo.

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