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XLU «Ilustre paisano: En momentos críticos de tu gloriosa vida, este tu querido y mi querido país ha puesto á tu lado su afecto y su representación. ¿Te acuerdas de Campano? Pamplonés: era algo menos niñcfque tú, pero niño, aunque gigante en el piano y la composición. y niños los dos, tanto que aún no habíais salido de la edad de la infancia, dabais en el Real un concie r– to que, según cuentan, malhumoró á Verdi, oscurecido por vosotros en el es· treno de 11 Trovatore. No puede negarse que aquella fué la primera piedra del edificio de tu g randeza, y estaba de Dios, sin duda, que á colocarla te ayu– dara la tierra natal en la persona del malogrado Enrique. ¿Te acuerdas de Ignacio García? También pamplonés: perdóname que evo– que ese recuerdo, porque va asociado :í otro para lí muy doloroso; pero es preciso. Acababas de perderá tu virtuosa madre, arrebatada en tierrn extra· fla á tus cariños, por una rapidísima y cruel enfermedad, y en aquella desola· cíón fué García tu liberal amigo, que no descansó hasta obtener de la Dipu– tación de Navarra para li, lo que entonces demandaban tus aptitudes artísti– cas. Navarra, pues, mitigó tu desolación y te empujó cariñosamente hacia el triunfo de tu mérito. Después..... avasallaste los dos mundos; pero notes de hacerte soberano, te habías impuesto la costumbre de venir á Pamplona todos los ailos. Antes, digo, ¿no es verdad? Luego el que pretenda bastardear el móvil que aquí te trae, desconoce tu historia y te ofende, como ofende á este pueblo que sólo guarda sus ovaciones para quien está identificado con él. Tú vienes á Pamplona, porque Pamplona, que meció tu cuna, fué siempre y signe siendo la legitima acreedora que con tu visita hace efectivo su valioso crédito, y tú eres buen pagador. ¿Verdad que en Berlín y en Londres y en París y en Méjico no fray Rochapea y nadie enronquece gritando ¡Viva Sarasatel bajo tus balcones? Pues aquí, si. Que dure hasta que te mueras de viejo y que lo vea tu constante admirador Serafí11 Mata y 011eca. Pamplona 1900. •Cuando la historia registre en sus anal~s las grandezas y las glorias de Navarra en el siglo XIX, después de consignar Jos nombres de fantos como se han distinguido en el divino Arte y fueron honra del noble suelo que les vió nacer, escribirá con letras de oro, los de Eslava el sabio didáctico y res– taurador de Ja música religiosa en Espaila; de Gayarre el dulcísimo cantor de las más hermosas,y sentidas melodías; de Arrieta el afortucado autor de Marina y El Grumete; y por fin de Sarasate, el violinista tan inimitable en la pureza de los sonidos que arranca de su Stradivarius, como en Ja ttjecución de sus fascinadoras fantasías sobre nuestros cantos y danzas populares. Jesús de Monasterio. Madrid, Junio 1900.» •Para expresar cuanto no acierta á traducir el lenguaje humano, Dios reve-· Jó al hombre un alfabeto; el pentagrama, y Je inspiró un lenguaje universal: la música. El tiempo que trueca los mármoles en polvo y que convierte en sombras los colores, no consigue envejecer sus tadencias; la guerra que impone á los ven· cidos, como marca indeleble del triunfo, el idioma del vencedor, nada puede contra su dominador influjo. Vá con nosotros, gobierna nuestro ser y con el

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