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XXXIX miraciooes doquier sienta su planta, cosechando honores, coronas y laureles, que periódicamente viene á ofrecer al pals en que nació. ¡Honor á Pablo Sarasate! A11tonio Morales.> «Feliz Pamplona que puede llamar suyo al ml\s g-rande violinista de todos los tiempos, al cantante divino é inalcanzable, al más noble artista.... á PA– BLO SARASATE. 8el'tl1e Ma1-.Y-Goldsclrmidt. Biarritz, Julio de 1908.• «Corriendo tras la Gloria, jadeante Cual cansado y maltrecho peregrino, La tortuosa aspereza del camino Venciste, con esfuerzo de gigante. 0110 Goldschmidt. Tornós~ aquella, y viendo en tu semblante Brillar del Génio el resplandor divino, Entre tus·brazos á rendirse vino, Parn tu esclava ser, fiel y constante. Hoy tu patria, en concierto majestuoso De voluntades, teje la corona, Con laureles y rosas de su arriate; Para honrar al artista prodigioso, Al hijo predilecto de Pamplona, Al mago del violín: ¡A SARASATEI Julián de Zabala.• •Si Sarasate fuera solamente el primero de los violinistas conocidos, no ha– bría llegado:!. ser el GRAN SARASATE por todos admirado; seria un con– certista inmenso, pero no iría más allá. Sarasate es más que eso: es el genio de la música encarnado en un navarro. Todos los demils violinistas desde Paganini á nuestros días, han luchado, sin vencer, con la parte grosera del instrumento; y en medio de aquel entusiasmo producido por la grandiosa ejecución, se vela algo de material que dejaba al ejecutante en la categoría de lo humano. Sarasate llega á lo divino; y as! es que, cuando pone el arco sobre las cuer· das de su violln, surgen las notas evocadas por el esplritu y llegan al alma del público como si Dios las enviase allí con el impulso de su extraordinaria grandeza. Jo11q1d11 Larregla.» «Guardaba el Supremo Hacedor muy cuidadosamente el númen divino en el lugar mb preciado del régio alcázar. Y decidió en su infinita munificencia lanzarlo al espacio en átomos invisi. bles, para que éstos se esparciesen sobre IP tierra y encarnasen en cuerpos propicios para recibir la inspiración divina. Y los átomos imperceptibles del núme?n de la pintura encarnaron en Miguel Angel, Ticiano y Murillo; los de las letras en Dante, Homero y Cervantes¡ los de las armas en César, Aníbal y Napoleón... Y sólo un átomo quedaba sin descender¡ el más valioso de t?'1os; el que se

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