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-Gla- hasta el Cementerio de Pamplona , cual funera ria despe<lida dedicada á la visión efímera ele un cuerpo inerte para siempre; las oleadas de gentío inmenso que en :;u ,.i,1je lÍltimo saludaron l'espetuosas y acongojadas el paso de los fríos restos; las hí. · grimas vertidas al de~pedi1· los inanimado¡; vestigios del Artis– ta 11111.g no, son, sí, aye:; clesg>trn1dores motivados por la ausen– cia dE:I G;illa rdo Navarro, proclaurn<lu ÍL una YOZ por la huma– nidad entern; pero, 110, en nianera alguna, la meta de nuestros deberes . Desde d momeuto en qne el alma de S<trasate ha vo– lado á las regiones de la. eternidad, pesa sobre nosotl'os el de– ber de etcrniznr su nombre, de vivificar el recuerdo del que parn Pamplona, para Navarra y para. Espafia, foé timbre es– plemloroso de honor y de glol'ia. De sns sienes no po<lemos arrancar las coronas que en vi– da ciiiern; de sus piés no podemos separar los trofeos de su excelsit.nd ; <le su sepulcro, en fin, no podemos ahuyentar la aureola que su nombre evoca. El clamor de sus palmad,1s todavía. resonantes en nnestros oídos, se trocai ía. en indignación de la humanidad; y el más repulsivo de los npodo_s caería sobre el solar de la N¡¡varra siempre noble, si también ahora la apatfa y la frialdad inadmi– sibles imperasen en m.estros corazones. No es quimérica, no es absurda aspiración la de sostener vivo y radiante el nombre del Hijo Predilecto. No es preten– sión censmable, no constituye adulación ni favor, el ansia de perpetúar la memoria del ejcmplarísimo Patriota. No son ho– locausto ni tributo inmerecidos, la demanda de trasmitir á nuestros descendientes el recuerdo inmaculado, la superioridad reconocida del Artista sin par que fn é ídolo del mundo entero. Amar únicamente en vida, agradecer tau sólo cuando se recibe el favor y desdeñar al protector desde el momento en qne no puede ya serlo, no es de hombres bien nacidos. Ciertaiuent.e, se ha.n cotizado á precio de corto motivo en el pasado siglo algunas estátuas: méritos acaso discutibles, SL\ce. sos de trascendencia dudosa, servicios que no pasan del deber honrosamente cumplido, dieron lugar al engalamiento de nues– tras urbes. La moda mor¡umental ha arrancado algnna vez, ante esas masas pétreas modeladas por hábiles escultores, in– terrogaciones escuetas. re1 1 eladorns del excesivo homenaje, pues aun cuando la dnda baya surgido delpneblo bajo, el a rgu– mento no carece de solitlez, ya que para sobrevivi1· eutre sus semejantes, siquiera fu ern en forma inanimada, forzoso es que todos estos le hayan reconocido favor y superioridad, le de-

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