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-514 ·- España cuando no pudieran tañerlo los dedos µi aravillosos del artista sin par; y continuando el razonamiento, mal podrá el ambicionado Stradivarius ser trausmiticlo por nuestra actual hermosa soberana á persona alg·una, cesión ni iutentada si– quiera por quien tiene demostrado mejor sentido que el su– puesto en ese caso. Antes bien al Museo del Nacional Conser– torio vendrá; recibido será con todos los honores', gratitud y respeto que le corresponden; y su presencia,-aunque ence– rrado y mudo permanezca-demostrará· en nues.tra Artística Universidad á cuantos le contemplen, que el último que le ha poseído y le ha hecho habl¡ir y reir, suspirar y cantar, sollo– zar y llorar y sentir como un Angel, ha sido el coloso de es– tos tiempos, el inimitable, el inmortal Sarasate "EL ÚNICO DIG– NO DE POSEERLO Y DE USARLO. ,, La leyenda se ha enseñoreado de este magnífico instrn– mento; y como nada cual la fábnla para embaucar al püblico y ningltll recfamo es más hábil que el inverosimil, penetrando tanto mi\s en el público cuanto más fantástico aspecto le recu– bra, de aquí que á este violín haya convergido la mirada de amateurs y profesionales, formando á su alrededor una verda– dera bola de quimeras. Tenfa y conserva. este Stradivarius·e] sobrenombre de "Le Boissier de Geneve,,; y por si alguna vez esta fil iación llega á oí.dos del lector, voy á referir el fundamento de elh:>, declinan– do la responsabilidad de mi relato sobre el autor de la historie– ta, la cual debo desmentir aunque lleve muchos lustros circu– lando como buena moneda entre el mundo nrnsical; he aquí la leyenda: . Un pobrecillo aldeano de la campiifa de Ginebra, entregó cierto día este instrumento (años antes. conservado malamente en su casa) á un henero tan millonario como aquel, en pago del herraie completo de un caballo: ocultábase el valor del instrumento bajo una espesa cflpa de snciedad que engruesó al ser colgado con desprecio en un rincón de la fragua, donde el humo acrecentó su detestable aspecto y donde su caja tan so· lo vibró al eco y al compás del choque de los martillazos des– cargados sobre el yunque; allí hubiera permane<:iclo si un día no hubiese estorbado: el herrero lo ofreció á un violinista y co– leccionador de instrnmentos músicos, Mr. l3oissier, residente en la Capital, aceptando en cambio unas herramientas del ofi cio, que el coleccionador entregó sin sospecLar su buena adquisi– ción, hasta que tras no pocos cuidados y trabajos, fué elimi– nando la costra ya endurecida de polvo, carbón é inmundicia,

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