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-483- dad desconcertadora. trinos, arpegios, arn~ónicos, pizzicatos saltos de arco, escalas vertiginosas, todas las enrevesadas y retorcidas diabluras á que se presta-y aun á la que no se presta-su instru– mento, nquel Sarasnte do la Danza delas bl'ujas, y de otras muchas danzas inveroslmilcs, era ,va poca cosa, j unto<\ este otro, gnwe, se– noril, severo y clAsico artista que con lit mf\s intachable corrección con el más puro estilo clásico, interpretab11 á Beethoven, Mozart, Ha.ydn. . . . . . . . . . . . ·. . . . . . . . Resueltamente, mi predilección estaba por el Sa.rasat~de la mú– sica severamente clAsica, ó por el de la música rudamente nava.– na. O Beethoven ó !ajota. Fl'ancisco Acebal.» Del A11w1ciado1· ele Oalicia. •füünral elegancia en lti posición del vioHn y del arco; un bra– zo derecho que, de perfecto acuerdo con el izquierdo, realiza lo que imposible pareco, y sin emhargo es realidad; corazón para sen– tir; C.'\beza para pensa1·, ejecución sin rival hasta la fecha; tono in– co;npamble, om triste, oro. alegre, ya dulce ya terrible lo mismo cuando brotan de las cucrdns !as notas más graves, que cuando las más agudas semejnn perderse gradui~hnente tras pizzicattos qLte pi\recen producidos por sobrehumu.nos dedos en lontananzas cuyas leja.nias los sentidos no perciben : he a.qui de un par de plu– madas á Pa.blo Sarasa.le. Olrle es admirarle. Se le oye con religioso recogimiento, excep– to cuando interpreta música popular, que entonces parece como que brazos y manos sin licencia. del espectador, pugnan por repi– car castalluelas, por rnsgucl\r bandurrins, por redoblar sobro el parche del tamboril vascongado. Concluye el artista, y en aquel mismo instante el entusiasmo se desbordii en giguntescas oleadas que descienden de las galerlas á !ns butacas, que suben ele los pa.lcos á los anfiteatros, ensordecien– do los aires las aclamncionr.s de la concurrencia, ii las cuales unen sus palmadas y felicitaci ones el maestro y profesores de la orques– tn.. Nadie puede, ni el más flemático, permanecer indiferente. El gran violinista. es incansable, deseoso siempre de complacer 11 sus públicos. Osm1ld.• •Que haya sido indiferonto-dice Sir Alex. i\fockenzie en cThe Musical Times·-Alos méritos do otros violinistas contemporA.– ncos, no lo admito, por cunnto muchas veces Jo he oído expresar su ndmimción. Tampoco he llegado i\ descubrir en él la indiferen– cia. por los progresos d~I arte, de lo cual se le ha dirigido algún reproche. Al contrario,-· continua Sir Mackenzie,- le conocí siem– pre ansioso de conocer obras nuevas, y se encontraba. absoluta– mente informado ni dla., de cuanto salla á luz.• •Todos los que del eminente violinista hablan, tejen para él co- rouns de Rores y guirnaldas de laureles...... De esta mauera debe sentirse especial satisfacción en recibir á In muerte; no dcjnr en este mundo mt\s que amigos y admiradores, entusiastas fervorosos

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