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- 474- muestran y sus públicos lo sancionan, porqué ni para qné es– cribir lo contrario.? Pero todavía quedaron algunos refractarios por los cuales siguióse discutiendo si Sarasii.te era más bien un virtuoso bri– llante que un músico en el sentido alemán ele la palabra (en– tendamos uu clásico é intérprete de los clásicos): la ejecución ele ln, sonata de Bach, bastó parn atestiguar sin lugar á duda, antes bien con toda evideucia, cuan admirable y sensible mú– sico era Sarasate, y cuan marnvilloso medio de interprelnción obtenía de sn rico mecanismo; sobre todo la manera como él canta la frase, hace resaltar tan alto al gran músico como al gran virtuoso. Ciertamente, en Alemania foé más que en otra nación dis– cutido Sarasate, y alguna vez se dijo que era un violinista ro– mántico, pero que fallaba en el repe1'torio clásico. Entonces Sa– rasa.te, durante una larga temporada dióse lÍ. ejecutar obras clásicas, haciéndolo con una sobriedad de estilo qne d~jó ma– ravillados á cuantos suponían que no le e1·a fami liar el clasi– cismo. Dominabn, con igual facilidad todos los géneros: tocaba el clásico como nadie, y el romi\ntico mejor que nadie. En aquellas piezas en que se acumulan las dificultades técnicas, no se le veía hacer la menor contorsión ni gesto alguno peno– so y antiestético. Jamás se descomponía la belía armonía de su cuerpo. Aquellos dedos alados, que parecían exentos de co– yunturas y falanges, volaban sobre las cuerdas, mientrns el arco, aquel arco imponderable, giraba con una elegancia que nadie ha de superar. Y el cuerpo, quieto, derecho, clavado, daba une sensación de seguridad, de precisión, de dominio, como si los dedos, el arco y fas cuerdas, el instrumento y el hombrn en fin, formasen una solución matemática, un conjun– to mecánico indivorciable, un todo armónico, modelo de la per– fección ultraterrena. . Hay pues que proclamar muy alto que el valeroso artista fué de los que cautivan una súla vez escuchado, que sn r ecuer– do no puede borrarse de la mente de sus auditorios; que pol'to· do el cielo del arte voló su espíritu enseñoreado, ampliándose sin ce~ar los horizontes de su alma, multiplicándose los recursos de su saber, produciendo con su arco la belleza universal que cautiva al corazón humano, que conmueve al universo y que inesistiblemente se impone al alma, como se impone la Gran– deza Divina contemplando el rizado mar 6 el estrellado cielo, así en los días de bonanza y calma, como en las noches de pavor y de tormenta.
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