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-462- de aspirantes al renombre, esa masa compacta de séres que ansiosos y más ó menos trabajosamente ascienden la escarpa– da pendiente de la gloria. Con una sencillez de la cual muy pocos casos se registran en la historia de la humanidad, impuso su génio indiscutible sin que le alcanzaran, ni mucho menos le hirieran, los celos y rivalidades, impuros iílitos de los que rezagados quedaran en el camino para pocos dulce, para muchos {~spero, que al tem– plo conduce de la Fama. De esta $uerte tomó posesión del si– tial elevado que conquistara con su aplicación, laboriosidad, inteligencia é inspiración, bases fundamentales de su reputa– ción artística. Al descender á la sepultura, al realizar su tráasito {i. la vida eterna, envuelto en la aureola de la aclamación y del aplauso, del delirio y del frenesí que produjo en sus püblicos, Sarasate no había sido por todos sus oyentes estndiado y por consi– gniente, mucho menos habfa sido por ellos comprendido: los unos por el ensimismamiento que les produjera, los otros por insuficiencia en la observación, no pocos por deficiencia ó im– perfección de conocimientos, el hecho es qne el g rupo de los que no habían todavía descendido á reflexionar en el !trtista Sarasate, no era insignificante. Ahora, cuando el reloj de arena que contaba los días de aquella vida preciada ha vertido ya. todas sus partículas, cuan– do el ángel de la muerte se ha posado sobre la tumba del ma– go insuperado é insuperable, cuando las alas del génio 'se han plegado y los ojos permanecen cerrados y los stradivarius en– mudecidos no sienten ya la caricia armónica del arco maravi– lloso, ahora cuando recelamos qne las huestes celestiales se ex– tasían con el usufructo de los inefables cantos qne solamente D. Pablo supo producir en el grado máximo imaginable de perfección, cuando en fin el m1men ha vuelto al punto de sn partida y de su creación, es cuando muchos de sus iidmirado– res han iniciado el análisis de las facultades portentosas que por voluntad providencial concu rrieron en el 11nico, en el ini– mitable, en el porlentoso é incomparable, en el Soberano y Augusto artista, lionra ele Euskaria y orgullo legítimo de Es– paña. Ahora, cuando ya no son pa.ra nosotros los acordes seduc– tores· de la caja mágica, cuando yacen silenciosas las arpas he– chizadas, cuando no cantan las cuerdas armónicas de los stra– divarius fascinadores porque los dedos de su dueño y señor están inmóviles para nna eternidad: cuando ya nuestrois ner-

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