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- 459- rey del violín, com·encido de que uo sería pleno el dominio del instrumento, si le compartiel'a en otro sentido. Aruaba pues la belleza femen ina sin desearla, y sin consentir que ese amor tomara posesión de él. Con ligereza suma alguien ha ati;bnído á Sarasa.te histo– rias eróticas, y hasta se llegó en 1907 á snpone..Ie en vías de enlace con una joven americana. La respuesta á tal ensuei'ío la hallará el curioso lector en .una carta fechada en París el 15 de Abril é inserta en el capítµlo 8. 0 de la 3.' parte. Ni sn8 más íntimos amigos le oyeron jamás hablar de po– lítica; ni en una sola de sus cartas se halla la menor alusión á ese particular, que le inspiraba el más absoluto desprecio; ni un elogio, ni una censura ha formulado jamás para unas í1 otl'aS formas de gobierno, para este ó aquel partido político, para tal ó cual gobernante. Esta conducta, esta indiferencia para lo que es causa de tantas animadversiones, odios y renri– Jlas, impropias de nobles pechos, constituye á mi entender nna nueva demostración de su talento superior y de su pe1·sonal dignidad, 111. cual hubiera sufrido una verdadera depresión, al someterse ciegamente y con renuncia de su propio criterio, en aras de una actitud mal llamada de disciplina. Léanse sus cartas de l\Jayo y Junio de 1907, con ocasión del incidente suscitado después de la p1fo1era representación de "Ruido de campanas,, y ninguno de los bandos contendientes en aquel pleito, podrá hallar ni la más remota alusión favorable ni ad– versa á su causa. Léanse lo mismo sus cartas todas á luego de la torpe frase que un mal t1sesorado diario local tuvo la ocu– rrencia fatal de patrocinar en sus columnas; y así se descienda á aquilatar las sílabas, nadie hallará por muy lince que sea la escrutadora mirada, la más mínima queja ni censura, la más remota alusión 1\ la ofensa inferida, la cual no podía menos de afectar cierto colorido político, dtida la condición del 11ludido diario. P ar otra parte como la política y el charlatanismo andan por esos mundos, con frecuencia del brazo la una con el otro, olvidados del bien público que es quie.u habría de proclamar las excelencias de aquellos, y como Sarasate habfa visto en otros países menos oratoria y m~s bienestar, hacía extensi– vas sus abominaciones á los habladores de oficio que tanto superabundan en nuestro infortunado país. Sin más que cierta dósis de credulidad, podríamos haber salpicado estas páginas de buen núme1·0 de anécdotas que des– pnés del fallecimiento de Sarasa.te han salido á luz y pasado de una á otm redacción de los innumerables periódicos que

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