BCC00R42-6-180000000000000000

-458- una vuelta con el perrito. Accedí, y atándole con unii. cade– nita, porque era un galguito, ¿sabe Vd?, pnes le saqné del hotel. Estaba frente á él, cuando de pronto siento detrás de mí pasar una cosa mny veloz; -¿sabe usted lo que era?-¡¡ Un hombre montado en un velocípedo de aquellos antigúos, con una rueda muy grande, y otra muy chiquirritita. Pasar aque– llo, y empezará chillar el galguito todo fué uno; yo dije ¡Ay Señor Dios, lo ha matado! ¡lo ha matado! En fin miré al suelo, y me encontré con que dada la posición del perro, le liabía cortado el rabo! El perro no hacía mas que dar vueltas, y yo 110 sabía que hacer con el perro; decidí poi· fin llamar á un criado de los de la puerta del hotel, y le dije- Hágame el fa– vor de envolver en un papel esto que hay en el suelo, y que debe ser el rabo del perro, y junto con éste, llevarlo al cuarto de la Srta. Patti ¡....porque yo no me presento! Lo subieron, y ¡excuso deci1· á V d. la escena. q ne se desarrollaria!J todos los médicos y cirujanos de New-York se le hacían pocos para cu- rar al dichoso perrito.... ¡ya ve Vd., estu.vo más de tres meses sin quere1· hablarme....!,, El Doctor Neitzel, cuya autoridad para conocer al Sarasate íntimo no puede ponerse en tela de j11icio, en un artículo del que me he ocupado en el capítulo 1.º de la segunda parte, afirma qne «hablaba siempre de una manera divertida, dando origen á dis– cusiones á los cu:i.les prestaba gran atención si en ellas tomabu.n parte hombres de inteligencia. Los malos modales no los toleraba en su presencia, y mucho menos á sefioras, pues en su tertulia pro– curaba. imperasen la cortesía francll, sin ama.neramientos. No le di&gus.taba.n las reuniones familia.re !:!, y si habla en ellas se!'ioras, prefiriendo las jóvenes, elegantes y bellas, á condición de quedar á respetable distancia, tanto mejor. . Sabido es que después de los conciertos, y á veces en los inter– medios, acudían al cuartito del escenario amigos y admiradores de ambos sexos, prodigando al artista sus encomios. En Piuis, en Londres, en Berllu, ese desfile era más numeroso que eu otras na– ciones, especialmente de sefioras, que le pedian su autógrafo en re– tratos que las mismas presentaban; pero no podía contener uu profundo suspiro de alivio cuando la tal avalancha terminaba. Cuando en AlemR.nia por los años 1876 y siguiente se abrieron para él las puertas de la celebridad, corrió verdade– ros peligros de quedar pre11dido en femeninas redes, á juicio de los que le rodeaban, pues parecía difícil sacudir ciertos asedios, á pesar de su natul'al inclinación á la independencia¡ pero supo evitar romanzas á su corazón, y desde entonces su– primió en absoluto las aventnras galantes, para ser tan solo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz