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- 452- fnl'ee Ja frugalidad, el antialcoholismo, una lio11cstidad modelo, y el reducir á términos prudentes el uso del tabaco; así es que no laboral?an en contl'n de su vida otl'OS factores que las emoi. ciones y los viajes. Fiado, pues, en sus h{tbitos indicados, le molestaba que se le supusiern enfe..mo, tonto si ningím malesta1· le aquejaba, como cuando alguna fatiga, enfriamieuto ú otra ligera moles– tia experimentaba. A propósito de esta condición, su a1oigo el Sr. Llaneces entl'C otras anécdotas me refiel'e la siguiente: •Sabido es que Don Pablo teuhi una. iwersión grande á todo lo que fuere medicinas, y una de las cosas quo más le molestaban ern ol que le supusiemn delicado ó enfermo. Razón tenía para ello, pues su única enfermedad ha sido la primera y la última, priván– donos con ella de nuestra. gloria más espafiola. Arbós, poi' aque– lln. época, estaba delicado de salud; comía Aveces con Don Pablo, y un día, en que este reunió Asu mesa más de veinte invitados, (lo m/ls escogido del mundo artístico en Londres) Arbós llevó ante si como hasta una docena de frascos de diferentes medicamentos y colores. Aquello era una farmacia y una rica paleta de lo nn\s ecléctico en colorido. A cadn plato que se sm·vl:i., Arbós se mcdici– naba 01,;tensiblementc, y haciendo por quo Sr.rnsate Je vieso. Esto a l fin lo echó de ver, y le dijo con su peculiar gracejo- ¡Pero hombre, usted se vn á matar! pero, Sefior Dios, ¡como quiere Vd. estar bueno al usar tanta medicina? Y á más en una comida como ésta en que ha.y tanta gente, no comprende Vd. que esto 110 está bien?; ec que quedamos, estamos en uua mesa, ó en una botica'?– Se comentó el caso entre la concurrencit\, y al acabarse la comida., Arbós pidió permiso á Don Pablo para dejar por alll todo aquel maremagnun, y éste so lo concedió. Nuestro amigo lo colocó en lu– gur visible, y en el salón do recibir do SarasMo. ¡Aquel saló!, col– mado de objetos artlsticos, y en que una visita, se ~ucedla á 01t·n sin interrupción, en et trnnscnrso del ella! Al dia siguiente la pri– mera visita que tuvo Don Pablo, con esa timidez propia del que no quiero ofender cu lo mfls mínimo, Je preguntó si estaba mejor do su dolencia, Don Pablo Je dijo que no tenln ni el más leve catarro, pel'o al insistir el visitnnte, y s,u·asate negando, aquel echó de Yer Jos frascos, y con sonrisa de triunfo, se los mostró diciéndole -¡Ohclier maitre, y esas medicinas que están ahí?-No son mlas, son de Arbós que las ht\ dejado ahí! ¡Ah! ya Jo he dichoquese va.A mntar con tanto medicamento-Pareció convencerse la visita, y después do bablnr de otros asuntos se retiró. Vino un segundo Yi– sitante, y aconteció la misma escenn., y {1 este siguió otro y otro, hasta que al llegar una cuartn ó quinta, y que por cierto era un periodista. éste y queriendo probar allí su fino in~enio y sus dotes de rcportcr audaz, discutió con el inmortal Don Pablo cerca de una hora y c11si :\ brnzo partido, purs el hombre quería nada menos, (y orgulloso por ser el primero que die:;c la noticia), telegrafiar á. tedas partes diciendo qne Sarnsa.te estaba enfermo de gravedad.

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