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-440- que tengan, uo pretendel'áu teneL' más qne Sarasate cuando hablaba del divino arte. Frente á esos rasgos, aparecieron siempl'C con más esplen– dor los de su personal modestia, que le hacían enc11nt11clor. Era enemigo acérrimo ele los epítetos, que traducía siem– pre en sentido in\'erse: cuantas personns hayan acudido cuatro veces á. su te1-tnlia, conocen aquellas palabrns suy11s muy pa– recidas á las siguientes. •En España no se puede vivir sin epiteto: el adjetivo eminente, se suele aplicará las vulgaridades; la belllsima señorita M.... es muy fea; el adelantado joven N...., más atrasado que una carreta; el notabil!simo baritono P..... berrea como una cabm.... . Abonez– co Jos ndjetivos encomiásticos.• Fué grande hastci en su modestia, comprobando una ~ez más en la historia. de la humanidacl la fortaleza aneja al verda– dero génio y que no se eleva como el humo, en medio d~ los ardorosos entusiasmos populares. ¿Couti·ibuyó á ello el hecho de que desde la infancit• le a.compaí'íaron los laureles y las ovaciones? ¿Se debe al recuerdo permanente de la humildad de su cuna? Sea cual fuere la cau– sa, fué una virtud típica en él, constante de toda su vida, no debida á algún desengaño, sino hija exclusiva de su talento privilegiado. aquella modestia, antítesis del orgullo y de la vanidad, tan frecuentes en hombres de su talla. e.A.clamado por todos los públicos, venerado por todos los mú– sicos, mimado por reyes y emperadores, (ni uno solo ha dejado de llamarle á su Palacio y de todos conserva carifloslsimos recuerdos, valiosas joyas é innumerables condecoraciones) Sarasa.te, lejos de estar envanecido, es el hombre más modesto, más afable y más llano que imaginarse pueda. La mayor parte ele sus alhajas no hnn sido usadas por 5arasate. Sencillo en el vestir, pero con una elegancia natural que le da fisonomla propia, su independencia de la moda, á cuyas lirnnias jamás se supeditó, es un hecho por todos reconocido.• Ricai·do Bla$cO. En los comienzos del año 1901 se ·pensó sériamente en la "0oronaci6n de Sm·!tsale", á. semejanza de las que á Qnintana y Zorrillo. se otorgMon anteriormente. Ningun testimonio pod1·é presentar tan elocuente como el que sigue, para dejar te1·minantemente afirmada en la perso– na de mi biografiado la virtud de la modestia, no simulada ni aparente, sino ve1·dad y bondad, como eran bondad y verdad su dominio del divino Arte: léase en primer término la intere– sante carta siguiente:
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