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-439- infl\ntil, pues vivfa siem¡)l'e con el temol' de que el público apartase su recuel'do del mágico stl'adivariu:;; así es que para evitar en lo posible el desvío de la pí1blica atención con datfo de :rn renombre, evitnl>a hablal' ele los políticos, milita1·es, tol'e1·os, etc. Así interpreta Grandmontagne la tendencia cons– tante ele Sarnsate de apartar su conversación ele esas persona– lidades; pero con permiso del celebrado escritor, yo entiendo, que influían UJás en él parn hacerlo a!<Í 1 otro género de consi– deraciones; sencillamente sn falta de simpatías poi· esas profe– siones, pues de haber sido celos con las pl'óximas á la popu– laridad, hubiera procedido igualmente con los al'tistas de toda especie; y sabido es cuanta intimidall, cmintas expansiones, cuanta genel'osidad reservó siempl'e para todos los hombres dedicados á las artes, á la literatura, al cultivo de la inteligen– cin. cNnnca su vanidad ú orgullo buscó vlas torcí las ó depresivas para alimentarse. Jamás el altivo navt1rro, demandó el favor de la prensa en nin– gún país del mundo; nunc.i aduló á un peri:>dista ni trató de con– quistar In voluntad de crl1 ico nlgu110", pare~it'>ndosc en esto á su paisano Gayarre. Quizás constituye cnso ún·co esa pnreja en el mundo teatral: Sara.sato estaba flrn1ementc convencido de ser el rey en su profe– sión, y como tnl no podln decorosamente adular ii ningún súbdito; y súbditos eran de sus ondas soni,ras todos los oldos. Su orgullo se fundaba en su arte, en su habilidad, en su gónio. Esk'\ indiferencia. por In. prensa no era en el fondo más que una delas formas con quo 61 manifestaba su fó en si mismo, en su reinado sobre el munqo do Jos sonidos: era, en fin, un monarca á la espanola, que crefa serlo en re;i.lidad por gracia divina.• (Gramlmontagne.) A mi entender Sal'l\sate, en su trato particular 6 privado, c11recía en absoluto de vanidad, cual lo proclaman terminante– mente infinitos pasajes consignados y por consignar en estas piiginas: este es un detalle evidenciado hasla la saciedad. Pero el artista Sarnsate ha sido tachado algunas veces de vanidoso, y los que tal censura le han aplicado no se ajustan al significado exacto de la palabra: pueden ser vanidosos los tontos, los ignorantes, los huecos, los vanos, (obsérvese la eti– mología); pero el sabio, el justamente proclamado como emi– nente, ese está imposibilitado de ser vanidoso, porque le falta. la primera condición. ¿Han querido decir que Don P ablo era intransigente en sus apreciaciones artísticas? Tienen razón, pero por mucha

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