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--428- clfn, en marcha y á fa. noche; restándolas ele! sueiio, ha deYo– rado miles de volúmenes espaí'íolcs y franceses; seda muy pró– lijo citar los autores cnyas obras merecían sn atención, ruas como tiendo á retratar al hombre interno, para que d1:: esta suerte sea más y nit\5 respetada su memoria, no puedo dispen– sarme de citar las que alcanzaron hi predilerción del gran ar– tista. Sobre sus preferidas descollaba en primer término Cer– vantes, cuyo Quijote, siempre fresco y atrayente le acompaila– ba en todas sus especliciones artísticas; y á continuación figu– raban Hemy Reine, Víctor Hugo, Goette, Schiller y Skaspeare. La literatura moderna no le era extraña, pero entre cstn, otor – gaba preferencia á los asuntos bélicos, más que {L la novelería de costumbres; le entusiasmaban los relatos homéricos de gue– l'l'as y batallas, pero manejados por buenas plumas; como nota final hnré constar que los libros de Zola no obtuviel'On st1 sim– patía á pesar de haberlos leído todos. Las obras de Pereda le deleitaron en extremo. La ültima novela que leyó completa, foé "Sangre y arena,, de Blasco Ibañez; y la que dejó á medio leer" La Catedrnl,, del mismo autor. De la literatura uorteamericana decía qne nunca halló oca– :;ión de complacencia por lo antiartístico de sus manifestacio– nes¡ y tal prneba dió de ello, que encontrf.ndose en los Esta– dos Unidos se hizo servil' desde Europa todo nn cajóu de libros, aunque fnernn novelerfa. ligera, para matar el tedio que no su– pieron contener cuantos Yolt1ruenes halló á mano en la gran rept'iblica yanqui. Las artes bellas, pintura y escultura, constituyeron una de sus grandes devociones, en términos que habrá pocos, si hay algun Museo regular del mundo, que no haya visitado con de– tención tal, qne en sus conversaciones amenísimas y rebosan– tes de erudición, deruostrr.ba una retentiva felicísima; le eran familiares tanto las obras de Fidias como las de los contempo– ráneos escultores; las cerámicas fenicia y griega, como las ta– picerías inglesa y madrileña; y en cuanto á la pintura, recono– cía á veces á los g randes maestros y sus escuelas, sin ayuda de catálogos. Cultivaba amistad con muchos, mejor elida con to– dos, los graneles pintores y escultores de su tiempo, circuns– tancia que me aconseja no comenzar á citarlos, pues siendo tantos, incurriría en omisiones que pudieran originarme el re– mordimiento de injusticia involuntaria. El ejercicio corporal, especialmente los grandes paseos á pié, le eran muy gt·atos; llegó á merecer entre sns íntimos el

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