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-427- Goldscbmidt, que era como si dijéramos el ministro ele Hacien– da de Sarasate, estaba. en todas sus intimidades de artista, y si las contase podria hacer un volúmen curioso. Con el pianista Diemer y con el barítono Balclelli, jugaba Sarasate- -cuyo corazón jamás envejeció-como un niilo. A Baldelli le hacía verdader.is judiadas. Una nrnftana arregló con su criado que cuando llegase B11.ldelli, siempre puntual en casa de Sarasate, y en acercarse á la lumbre, poniéndose de espaldas á ella, encendiese sigilosamente una rueda de triquitraques que babia traido d~ P1implona y que hizo colocar al lado de !ti chimenea.. Al ruido de la descarga salió Baldelli como alma que lleya el diablo; iib11ió. la. puerta- de la casa; se precipitó sin sombrero á la calle, y detrás de él salieron varios vecinos, per– siguiéndole y gri1ando:-¡A ese... ! ¡A ese .. .! Sarasate se puso malo de tanto reirse. Y así, muy reído, pasó Ja vid~\. Cuando estuvimos en Amberes, él, noctámbulo empeder– nido, queria. hacerme velar, contándome anécdotas chistosisimas; pero yo, á las dier. en punto, sacaba el reloj y le decía: -Todo eso está muy bien y es muy chusco; pero no veo de sueno y me "ºY á mi cuarto. Y él, ensimismado: -¡Acostarse á las diez! .. Usted tiene muchas cosas de salvaje.. Una noche me despertaron risas de él, que solía reir estrepito- samente. Encendí una cerilla, miré al reloj, creyendo que aún eran las di~z ¡Eran las tres de la madrugada!. . . - Muy divertido estaba usted anoche- le dije al dia siguiente. -Vendrian am igos... -No. Me acordé de repente de la cara que puso Baldelli cuan- do oyó el tiroteo de los triquitraques, y salió grit••ndo: •Una ·revol– ve1·ata....• Velaba leyendo y fumando . Achaques de su naturaleza le hi– cieron dejar este vicio; pero conservó el otro, y era una verdadera rata de biblioteca. Intere~ado por un libro raro, no sé por qué se Je antojó que yo podía tenerle, y vino á ver •mi biblioteca• , y como no la descu– briese en mi despacho, andaba. dando vueltas. -¿Qué busca usted?... -Sus libros . Le conduje á la bodega y se Jos ensené, muy bien ordenaditos cu los rincones. Y salió á escape de miedo. de que le picase una co- 1-redera. Oyéndole no me aburri nuncit. Lo recordaré, pues, mientras viva, no sólo como A un gran artista, sino también como á un agrada.ble compañero de viaje á bordo del bastlo de un buque.. .• •Su trato era encantador, sin esfuerzo alguno, naturalmente atractivo; su bl'6n humor, insep1trable de él; sus modales corectí– simos; sus maneras afectuosas para quienes estimaba; y una espe.– cie de gentil bohemienismo, que impregnaba de tranquila actitud, su habitual dignidad: tales eran los principales rasgos caracterís– ticos de Sarasa.te, que han quedado grabados en mi memoria. (Mackeuzie- «The Mussical Times>) Samsate lefa mucho; en sus horas de d escanso d urante el

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