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-4-08- bla de encontrar sorprendido: con igual tranquilidad le acompafié. A los pocos compases llegó el pasaje impracticable, apercibiéndo– se entonces de su dlstmcción; paróse, echó unu mirada á la partitu– ra , y soltó su carcajadt1. tlpicn., á la que siguió la de toda la concu– rrencia. Empezóse de nuevo, y como no pocllll> menos de s11c:eclcr, el auditorio aclamó tanto la ejecu;iión como la serenidnct del ejecu– tante.• Lo propio sucedió en el festival de Norvick el aí'ío 18 3; comenzó la orquesta á tocar el Pibrocl.:; al l.Jegar á la segunda frase en que el concertista había de dejnrse oír, fué de ver la consternación del Director ni ob;;en ·ar que el solista 110 res– pondía á la entrada qne le había. sido dada; hacía poco tiempo que lo había tocado, y ni se cuidó d e mirar ni papel (¡tan se– guro c~taba de saberlo!-anota l\lr. Goldschmidt).-Se sus– pendió un instante¡ calóse los lentes el a rtista con toda tran– quilidad, acercóse al atril de Sir Rondegger (el Director) y después de sonreit· serenamente con la orquesta y con el pú– blico, empezó de nue,·o, y éste, le premió largamente ese pro– pio dominio que poseía para momentos qne, en otro artista hu– bieran sido de g rande azoramiento. Estas ·uubilacioncs instantáneas no pueden calificarse exac– tamente de pérdidas de la memoria . Su costumbre de tocar en público. no le restaba un átomo de irupasibilidad; otros artistas no se dan cnenta de sus auditorios. Sarasate, por el contra1·io, tanto se fijaba en sus públicos, qne le originaban las distrac– ciones apuntadas. •Sir A. Maekenzio, diee• esos incidenles eran consecuencia de una especie de juvenil sueno del génio, que se distraía .con la no– vedad de las salas, con la decoración, el a lumbrado, el lujo do los concurrentes, el efecto do su aparición, etc.; motivos que le dis– trnlan, restando su atención, por exceso de fümiliaridad con su papel, de la misión que le estaba. encomendada.• Una. de las infinitas veces que durante las mañanas de las fiestas de San Fe1·mfn, a.cudínn bajo los balcones de su aloja– miento cuadrillas de m~'ZO:> á bailar la j otn, vitoreándole antes, dnrante y después del baile, Sarasate se dedicaba á sus ejerci– cios g imnásticos, sin panttllón ni chaleco, ni más prenda de color que una aruericanilla dt: alpaca. Gustaba, cmrndo aque– llas llegaban en momento oportuno para él, salir al balcón pa– ra saludarles y aun obsequiarles con lastre digestible¡ y fiel á esa costumbre, en la ocasión apnnta.da , abrió su balcón y avanzó en aquellos paños (más menores que mayores) hasta apoyarse en la barnndilla, y corresponde1· á los aplausos de aba.jo ¡ y aunque notó que eran muy ruídosos los salutlos de la
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