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-396- mirada; en su interior se advierten muchos preciados y artís– ticos recuerdos, entre ellos las miniaturas del violín ele Géno– va, ·y entre otras la minúscula de que Dou Pablo se acom– paña siempre en sus artísticas campañas; medallas, incrusta– ciones, repujados, y otras curiosidades acompañan n; los pri– meros obietos, entre ellos el arco del violín que usó en sus lecciones violinísticas del Conservatorio parisién. Sobre la repisa de una cocinilla, en rico cuadro de labrado oro, se ve el retrato de una de sus m:Ss fervientes admirado– ras: la Emperatriz Augusta de Alemania. No lejo¡;, el de utra Soberana no menos entusiasta: la Reina Victoria de Ingla– terra. Las alhajas ocuparon otra espléndida vitrina: valiosísimos presentes, envidia de potentados, los alfileres y ge¡nelos, peta– cas y fosforeras, anillos y sortijas, 'cadenas y relojes con que agasajaron al primer violinista de su época, las testas corona– das de la tierra, los príncipes de la sangre y del dinero. Alha– jas que no gustaba lucir Sarasate porque contrastaban con su modestia, pero que pregonaban su valimiento, al pueblo de sus amores las entregó en prueba de afecto y como base 6 co– mienzo de un Museo que había de llevar su nombre. Sus bastones: he aquí otra curiosidad en la que el más exigente y el más ambicioso, el más modesto y el más excén– trico, podrían satisfacer sus caprichos; piedl'as preciosas, cala– dos y repuja.dos, oro y plata, nacar y marfil, caílas y maderas las mas singulares, de toclo se encuentra allí y á formar ese surtido, abig:nrado entre lo valioso, concurrieron poderosos personajes, admiradores complacientes, amigos reconocidos. Sarnsate no ha sido constante en ese su capricho, (como en ningun otro) y despues de traer al lado de sus alhajas, los mas estimables de sus bastones, ha ido regalando otros á sus am'igos y contertulios. Juguetes: sí, amable lector; juguetes, como los de m} hijo de príncipes; complicados, ingeniosos, sorprendentes, diabóli– cos; de estos gustó Sarasate mucho en varias épocas de su vi– da, con una inclinación que no tuvo para las alhajas, y con una constancia que le faltó para los .bastones, sin más razón que la de ser, desde que nació hasta que m11rió, un niílo, todo un niño, con las vehemencias y caprichos infantiles, en mayor escala á la edad madura que en su adolescencia y en su ju– ventud. Compensaciones de la vida; ¡no había jugado de niño más que con su violín........ ! Y si en época más cercana ampliáramos ese ligero inven-
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