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--373- el color terroso de la piel, el iipagamiento de la mirada y la d e– cadencia física. En fines de Junio, su antiquísimo arr:igo Don Antero Ira– zoqui le visitó en Biarrit.z, y la impresión no pudo ser más tris– te; aquella vida peligraba, aqnel cuerpo descendía. rápidamen– te Ja pendiente que conduce á la sepnltura. Se insistió en los consejos y reflexiones, pero no se podía hacer en ello grnn hin– Cflpié, porque Sarasate se disgustaba mucho, negaba su dolen– cia y abominaba ele la ciencia médica y ele sus apóstoles. Uno de estos el Doctor Charles Blazy, residente en Biarritz, comunicó sns temores á cuantos rodeiiban á Don Pablo, y tan– to aqnel como otros galenos que sobre el particuhw t.ntta.ron en los primeros días <le Julio, aconsejaron formalmente al gran artista renunciase á su viaje á Pamplona por impedírselo el en– fisenrn. que venía padeciendo: como leona (i quien arrebatan sus cachol'l'os, irgnió altivo s11 nobilí,;ima frente, sacudió su nívea melena y con una entereza espartana <lijo asi: ",}/uerto 6 vil'O no dejaré de ir á mi pueblo: y si muero allt, mej01., porque aquella lieffa ha de ser mi sepultura.,, Y vino: ¡pero cómo estaba! Su fatiga Yisible á cada mo– mento, sus ojos sin aquel vigor caract.erístico, su color demu– dado.... .. Hizo su entrada triunfal Don Pablo este ailo, con más so– lemnidad y público regocijo que en los anteriores, contravi– niéndose una vez más las recomendaciones del agasajado, de cuyo paso por Irún tuvo confidencial aviso, dado por un expía. p11mplonés, el previsor y celoso presidente de Sta. Cecilia. La. población en masa le aclamó desde la estación férrea hasta su alojamiento; antorchas, músicas, cohetes á. millares, aplausos y vítores, iluminaciones, general regocijo, testimoniaban el efusi– vo placer cou qne de nuevo le veíamos entre nosotros. ¡Cuantos Reyes y Emperadores del ruundo, habrían envi– diado, caso de ser testigos de ellas, estas clamorosas y expon– táneas manifestaciones de verdadero amor! Segi'in co!\tumbre de anteriores años, al pasar Don Pablo por la calle Mayor, hizo detener su coche Á. la puerta de la ca– sa de la familia Huarte, donde, esperaba el anciano y venera– bilísimo amigo Don José María Hnarte para darle carii'íosa bienvenida; este ailo el saludo (aludiendo al regalo dos años antes efectuado de una hermosa pluma de plata) fué acompa– ñado de la décima que transcribo:

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