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- - 308- la Providencia ha derramado con mano pródiga bellezas natu– r ales de toda especie. Sarasate solfa por entonces dedicar las segunda. y tercera decena de Jnlio á. la familia Navascués, sus primos y sns her– manas, pasando á San Sebastián al llegar el mes de Agosto, donde se detenfa cuarenta y cinco ó sesenta días; pero ante las r eiteradas instancias de Zabalza 1 se privó durante una se– mana del afío 1881 de aquellas caras afecciones, y :l. Santest.e– ban se encaminó con varios atlligos, con Zabalza y .. .. .. su Yio– lín. Zabalza era allí lo que son en su pneblo los hijos que, ele– vados del ordinario nivel, no le olvidan y le dedican unos días al aí'ío para reverdecer los recuerdos de la juventt\d y fortale– cer el alma con la compañía. ele séres queridos que reservan para esos dfas las más delicadas expansiones, goces que alcan– zaron á Sarasate en igual medida, pero sin eximirle de p!1gar un tributo: tener á Sarasa.te y tenerle con Yiolín, trafan apare– jada fa irremediable audición popular; en la linda villa monta– ñesa no había teatro, ni recinto adhoc, y la solución habríase dificultado á no interponeFse la providencia rural, en forma de Sacerdote; ·im Sacerdote dechado de Yirtudes. gran aficionado al divino arte y cuya fisonomía interna se completa con un l1e– cho que Sarasate no olvidó jamás, cual fué encontrarse en el despacho parroquial cierta mafíana, con que solamente tres re– tratos ele gran tamaño ocupaban el puesto de honor: era el del Centro la efigie del venerable Romano Pontífice; el de la iz· quierda Carlos VII; y el de la derecha, el propio Lagartijo; ¡cuanto ha reído Don Pablo en este munclo, al recuerdo de aquella trinidad parroquial de Snntesteban! El virtuoso pátTo– co y el artista inconmensurable simpatizaron desde luego, y á. propuesta del primero, quedó acordado que Sarasate tocaría el Domingo inmediato en la Iglesia, durante la misa parroquial, á la que acudían asíduos los devotos felig reses todas las festivi– dades; en lugar de subir al p1ílpito el Sr. Cura, Don Pablo des– de el coro, con su arco maravilloso arrancaría del misterioso Stradivarius las armonías celestes de que era depositario, y por unos instantes, los fiel~s congregados en el sagrado recinto es– cucharían los angélicos coros, que allí por ser casa . de Dios, souarfan mejor que en una sala ele conciertos: llegó el momen– to y la Ro111a11zr¡ Sdvensen con sus dulces melodfas llenó las naves del templo, mientras el oficiante sentado al pié del altar y los concurrentes boqniabiertos, sin pestafienr, atónitos, no se– paraban la vista del coro; siguió á dicha romanza, otra com– posición, el Canto del Ruiseñor, que como todos sabemos era

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