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-283- - Y los buenos, también-repuse yo, apul'nndo la copa. Cuando le ex1wse mi comisión, que debió salir de mis labios co– mo la súplica de un balbuciente, porque me h:icia temblm· todo el cuerpo hi frenética a.gitación con que seguin, moviendo el improvi– sado abanico, me dijo: -Pero con este calor es imposible que toque el violln .... -Por qué"? - Porque ¡me silban las cuerdtlS! ¡Atrevimiento más grande! ¡Profanación más monstruosa! ¡Sil– bnr á Sarasate, el artista aclamado hasta el delirio por el uni\ 1 er– so mundo! El tiene notas para subyugará cuantos le cscuch;\tl . Yo gu¡ir– daba hi nota que habí:i de reducirle. Esa nota era la pa.tl 'iótica. Efectivamente, la hice sonar, el periódico se me cayó de lama– no y Sarasate me dijo con una espontaneidad que revelaba la grandeza de su corazón. - Pobrecitos soldados! Ya lo creo que tocaré! · - Gracias maestro. Lo que le recomiendo, ya que ustedes los periodistas lo pu1Jden todo, es que procure usted que el dla del coucierto no haga este calor. · -Descuide usted; y si sopla el viento Sur y Je silban las cuer– das, van á la cárcel ¡por blasfemas! El día del concierto amaneció cielo raso y sol achicharrante; un día de esos en que la atmósfera pn,rece impregnad11. de lumbre pulverizn.da y el mar se duerme embriagado por el calor. ¡Me \'alga Dios! Trascurrlau las horas, y la galernasin aparecer. Sarasate ensayó con la orquesta á mediodía. Se quedó en mn,n– gas de camisa, pero ¡nada! su frente era una cataratn.. -¡Me silban, me silban! - decía. mirando las cuerdasdesn Stra– divarius. -Ahom, sl- le decía yo-pero á la noche, no. Pero la noche llegó y el termómetro, si no subió más, debió de ser porque le faltase tubo. Cantó Tabuyo, y o.l dejar la escena, parecía salir de un ba!1o ruso. Cantó la Pacini, y lo mismo. -Le parece á·usted que apaguemos las lámparas incande¡¡ceu– tes del salón y dejemos sólo los arcos voltáicos para que haya ·me- nos calor?-dije al ilustre vio1inista. · -Si, sl-me contestó, creyendo que habln. dado con el secreto de poner más fresca la sala. SA.bla yo de sobra que Sarasate, tocando, no siente calor ni frlo á fuerza de sentir el arte. Se apagaron las luces que tienen la. virtud de no consumir oxí– geno, tocó el coloso, le aplaudió con frenes! el auditorio, y si no batierou palmas las carit\tides de piafa, que envueltas en tisú de oro sostienen con sus brazos la techumbre pompeyana del salón, fué por evitar que ésta se desplomase sobre la gente. -Ha sido buena idea,- me dijo al salir del escena.rio;-esta noche no me han silbado las cuerdas. Y he aquí por qué titulo estas lineas, SaMsate silbado.

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