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- <J7-1-- Pablo era San Scbnstián, á luego de '<sus conciertos,, como él 1lamabn. á los de Pamplona. De ocho conciertos celebmdos eI ai'ío 1880, tengo noticia¡ entre todos ellos '"°Y á otorgar coment:u·io tan solo á los dos últimos, que tuvieron lugar el 17 y 19 <le Agosto, y bien mere– cen ser reseí'íados, porque constituyeron fiestas solemaísimas qne no olvidaremos los que hwimos el sing nlarlsimo placer de el isfruk'trlas. Era en dicho año y en pleno verano cuando acaeció un in– cendio en el pueblo de Jaurrieta, cercano 111 en que nnció el inolvidable Gnyarre: quecló 1:1 pueblo totnl y ab:;olutmnente destruído y sus habitantes todos sin hognr. Coincidían en San Sebastián por entonces, la Sociedad de conciertos de Madrid, y aquellos dos niwarros, astros de primera mag nitud en los cie– los del arte, Sarasate y Gayarre; elementos '·aliosísimos para organizar, como se hizo, rápidamente, una solenmidad musical de escepcional atractivo, en beneficio de los desventurados ve– cinos de dicho pueblo. Uno de los nümeros de uquel concierto fu é el Ave l\Jnda de Gonnod, á cargo de Gayarre y Sanii;atc, acompañados al piano por otro navarro, el maestro Gueli.Jenzn . La trinidad navarra dejó puesto el pnbellón á umi altura inconmeusmable como era de esperar; el delirio fné de los qne J1acen épocn; la ovación de las que no se oh·idnn; y el produc– to sobrepujó á todos los c{dculos. E l asombroso dominio de sn ;;tradivarius encantado, aq11e– lla pureza de sonido que nadie lia obtenido, aquella dicción peculiar, aqnellas cadencins típicns del artista modelo, aquel cliic que solo Sarnsate poseía, nqnel conjunto de facnltades que le habían deparado un frono en la glorin tenena de los nr– tistas, todo ello puesto á tributo en la benéfi ca audición, renl– zaron su fi gnrn musical del modo más acabado y perfecto que pueda idearse, aun teniendo en cuenta que en la ejecución del número apuntado, su hibor resulta.da obscurecida en cuanto la voz humana, mejor diré, la voz divina emitida poi· 1111 hombre de las condiciones y facultades de Gayane, dejase cscnchar los primeros y sentidos acentos' de aq11ella salutación angélicn que no solo por muchos siglos perdurará c:n l;·Ltiern1, sino que habrá quedado ele repertorio eu el cielo. Dos años más tarde repitieron ese número en Pamplona ba– jo In. batuta del Maestro Anieta y acompaíla<lo al piano por Guelbenzu, los inoh-idables Oaynrre y Sarasate ¡Los cnntro han pasado á la vida etema!

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